Un Parlamento en manos de los viejos partidos oligárquicos, un Poder
Judicial funcional al capitalismo mafioso y un Presidente débil pero que
acabó con seis décadas de reinado colorado' el plan de un golpe de
Estado soft, al estilo del que en Honduras sacó del poder a Manuel Zelaya en 2009, estaba desde hace años a la espera del momento justo.
Justamente a fines de 2009 -a un año de la asunción de Fernando Lugo- se
comenzó a hablar de un juicio político por parte del Congreso, en el
que el Presidente casi no tiene representación, en complicidad con el
vicepresidente Federico Franco, del Partido Liberal Radical Auténtico.
En ese entonces escribimos un artículo -Paraguay, ¿una nueva Honduras?
(10-11-2009)- en el que dijimos: “Posiblemente, la derecha paraguaya
haya aprendido de los gorilas hondureños que no es bueno sacar a Lugo en
pijama, de madrugada, y enviarlo a algún país vecino en un ‘avión
pirata’, pero eso no conduciría necesariamente a dejar de lado sus
ambiciones desestabilizadoras sino, simplemente, a ser más cuidadosos”.
La política luguista del “Mbytetépe poncho yurúicha” (ubicarse en el
centro, como la boca del poncho) no ahuyentó a los fantasmas que la
burguesía paraguaya se hace sobre un tránsito de Paraguay hacia el
“comunismo” de Chávez, Evo y Correa. En ese entonces, la razón en la que
la derecha fundamentó el pedido de juicio político era tragicómica: que
Lugo había afirmado que los ricos se oponen al proceso de cambio.
Lugo dijo exactamente: “Los que genuinamente quieren cambiar el país son
los que no tienen cuentas bancarias, son los que no salen cada día en
las páginas sociales de la prensa... Los que quieren seguir mirando el
pasado en sus privilegios' en defensa de sus cajas de ahorros en bancos
internacionales, ellos no quieren cambiar”.
¿Discurso inofensivo? Puede ser, pero no en Paraguay. Las reacciones
fueron insólitas: el ex candidato presidencial Pedro Fadul, del partido
Patria Querida, tildó de “criminal” el contenido del mensaje de Lugo
debido a su carácter “confrontacional”, que “daña el alma y el
espíritu”. Curiosa, en cualquier caso, la capacidad de indignación del
“espíritu” de una élite que convivió sin la menor indignación con las
peores desigualdades del continente.
Por su parte, el analista Carlos Redil comentaba: “Lugo hizo un discurso
incendiario incentivando la lucha de clases y la oposición no podía
quedarse callada”. Redil creía, “por ahora”, que no estaban dadas las
condiciones para un juicio político. “Por ahora'”.
En ese entonces se conoció un mail del ganadero chileno Eduardo Avilés,
residente en Paraguay hace más de 30 años, en el que pedía una
contribución entre su pares empresariales para comprar armamento, formar
escuadrones e identificar y liquidar comunistas . “Ya es la hora de
ponernos los pantalones largos. Hasta cuándo tenemos que esperar para
combatir a estos comunistas hijos de puta, que están queriendo destruir
nuestro querido Paraguay, como lo hicieron los allendistas en Chile”,
decía.
El anticomunismo es moneda corriente en Paraguay. El dictador Stroessner
dijo que su país era “el más anticomunista del mundo” junto a Taiwán,
uno de sus principales aliados. Los negocios -políticos y monetarios-
entre ambas naciones están bien documentados en el apasionante libro El Paraguay de Stroessner, de Rogelio García Lupo, que contiene un largo detalle del anecdotario sangriento de las décadas de reinado del dictador.
Cualquier reforma social, por mínima que sea, activa el anticomunismo
latente de una de las más rancias oligarquías de la región. Hacer un
simple catastro de las propiedades agrícolas -para no hablar de una
reforma agraria- ya es una medida revolucionaria en Paraguay, donde
entre terratenientes nativos y brasiguayos (hijos de brasileños nacidos
en Paraguay) controlan sus haciendas a punta de escopeta.
El momento de hacer el golpe de Estado llegó tras la masacre de 17
campesinos y policías el pasado 15 de junio. “La constante confrontación
y lucha de clases sociales, que como resultado final trajo la masacre
entre compatriotas, es un hecho inédito en los anales de la historia
desde nuestra independencia hasta la fecha, en tiempo de paz”, decía una
parte de los cargos para el juicio político exprés que busca, tras
sacar al Presidente, restaurar el viejo orden apenas erosionado por la
gestión de Lugo.
Pablo Stefanoni
Página Siete
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