Un partido centenario
Que una organización
cualquiera, en este caso un partido político, cumpla 100 de existencia,
no es un hecho frecuente como tampoco constituye un mérito en sí. Que
quien sea invitado a referirse a ello sea un militante de, en este caso,
el Partido Comunista de Chile, no es ciertamente una tarea exenta de un
“patriotismo partidario” que lo haga, si no sospechoso, al menos
presumible de parcialidad. Dicho eso, vamos a la materia.
Lo que sostenemos, como punto de apoyo para estas reflexiones, es que para escribir, o referirse a ella, la historia de un partido como el formado por Luis Emilio Recabarren en los primeros años del siglo XX, es ineludible -más aun: necesario y exigible- abordar la historia social y política del país en su conjunto. Esto, porque la historia del PC chileno, como de sus similares de otros países del mundo, no es la crónica de sus congresos o sus declaraciones, ni tampoco la biografía de sus dirigentes o de sus más destacados o “emblemáticos” militantes.
Es más bien en el seguimiento de las luchas populares, de la organización de los trabajadores, de los grandes y pequeños episodios que han protagonizado las masas en demanda de sus derechos y en sus propósitos de transformación social, en donde hay que buscar las huellas de una colectividad de esa naturaleza.
Y es muy significativo que tanto la persona del fundador -del Partido Obrero Socialista en 1912, que pasa a nombrarse Partido Comunista en 1922- como del partido mismo coincidan y se fundan con los primeros pasos de un movimiento sindical con vocación nacional y unitaria y con la constitución como sujeto político de una clase -la de los proletarios- que, para emplear una terminología ya clásica, se eleva desde una condición de “clase en sí” a la de “clase para sí”.
Esta exigencia de lo que pudiéramos llamar una “especificidad” de un movimiento sindical “clasista” y de un exponente político de esa misma clase constituido en partido, es una impronta del pensamiento y la obra de Luis Emilio Recabarren, y lo será -aun con los altos y bajos propios de todo proceso social- de su continuador colectivo, el que hoy cumple 100 de existencia.
A la unidad sindical de los trabajadores se corresponde -y no es una exageración ver en ello una resultante natural del origen campesino de buena parte del proletariado nortino, “enganchado” por las compañías salitreras- una permanente preocupación por las condiciones de vida, la organización sindical y el desarrollo ideológico y político de los trabajadores del agro chileno.
Es por ello que los trabajadores organizados, y el Partido Comunista desde esa instancia y por todos los medios “políticos” a su alcance, postularon como un elemento esencial para la consecución de sus objetivos la “unidad obrero campesina”.
Largo sería indicar en ese ámbito las etapas cumplidas, las sostenidas campañas, la participación personal de cuadros del partido. Culminación natural de esa lucha por imponer la demanda de “la tierra para el que la trabaja”, fue la Reforma Agraria, iniciada bajo el gobierno de Frei Montalva y culminada, hasta donde “su tiempo” lo permitió, por el gobierno de Salvador Allende.
Los años transcurridos a casi todo lo largo del Siglo pasado, estuvieron marcados por la formación de numerosos y nuevos contingentes de trabajadores fabriles, lo que se correspondía con el desarrollo de un capitalismo dependiente, aunque favorecido en algún momento por condicionamientos “globales” como lo fue la Segunda Guerra Mundial y en su marco la política de sustitución de importaciones y una incipiente industrialización del país, particularmente bajo la conducción e influencia del Frente Popular.
Sin embargo de lo dicho, y como en cumplimiento de una “regularidad” del desarrollo capitalista en su etapa imperialista, nuestro país pasó por diferentes periodos de explotación de potencias extranjeras cuya política estaba, como hoy mismo, dirigida a la maximización de las utilidades de sus monopolios en los territorios de lo que más adelante pasó a llamarse “Tercer Mundo”. Por ello no es de extrañar que un rasgo distintivo del contingente formado en las salitreras, fuera y continúe siendo su definición antiimperialista, como un componente fundamental de sus formulaciones ideológicas y de su accionar político. Y así es que, al mismo nivel de la exigencia por “la tierra”, planteara tempranamente el Partido Comunista la lucha por la nacionalización de nuestras riquezas básicas, cuya más que honrosa culminación se da en el gobierno de la Unidad Popular con la histórica, y hoy en gran medida traicionada, Nacionalización del Cobre.
En prácticamente todas las esferas de la vida nacional, ha marcado el Partido Comunista presencia activa y, en más de un caso, pionera. Extenso sería referirse a su presencia y aporte en el campo de la cultura artística o de la docencia en todos sus niveles.
Las luchas por los derechos laborales y cívicos de la mujer, por los derechos de los pueblos originarios y, más recientemente, por el de las minorías sexuales así como por la preservación de un medioambiente en armonía con las exigencias del desarrollo enérgico o simplemente productivo, forman parte del historial y el patrimonio ideo-político de este contingente.
Un capítulo especial debería consagrarse en cualquier estudio de esta naturaleza, e incluso en la modestia de este breve trabajo, a la unidad política del pueblo. Aun en la extensa etapa en que se construyó sobre la base de la “unidad socialista-comunista”, fue un objetivo del PC la ampliación social y política de la izquierda más allá de los partidos que eran expresión política de los trabajadores, y una clara demostración de ello fue la ampliación de la base de apoyo y el desarrollo programático que condujo desde el Frente del Pueblo de 1952 hasta la Unidad Popular que conquistó el componente más importante del poder político del país en 1970 con la Unidad Popular y Salvador Allende.
Importante momento fue a fines de la década de los 50 el Bloque de Saneamiento Democrático, que “limpió” de sus vicios más notorios un sistema electoral que fomentaba el más desvergonzado cohecho por parte de los partidos de la derecha.
Los años que van desde el golpe de Estado hasta el día de hoy, conocen de un denodado esfuerzo del PC por favorecer la más amplia unidad contra la dictadura.
En medio del heroico activismo de los luchadores por los derechos humanos, en el que páginas de honor y sacrificio escriben las agrupaciones de familiares de ejecutados, detenidos desaparecidos, torturados, presos, relegados y exilados políticos, el Partido Comunista, tras el simulacro de plebiscito que impuso la Constitución de 80, impulsa lo que llamó la Política de Rebelión Popular de Masas, contribuyendo con la formación del Frente Patriótico Manuel Rodríguez a la implementación de “todas las formas de lucha”. Decisivo en el proceso de desplazamiento del dictador de las palancas de mando, no fue sin embargo ello suficiente para impedir que desde la Casa Blanca se implementara una salida pactada con la dictadura, con los desastrosos efectos de un continuismo en las políticas centrales bajo la égida de los monopolios y el manto ominoso del neoliberalismo en todas sus expresiones.
Presente en todas las elecciones desde los inicios de los 90, el PC ha seguido bregando por la más amplia coincidencia opositora sobre la base de formulaciones programáticas que, al impulso de las grandes movilizaciones que han tenido entre sus organizadores y protagonistas a amplios destacamentos de trabajadores y con la decidida presencia de su juventud -la Jota- se levantan como la única posibilidad de presionar a las directivas políticas para la formulación de programas y líneas de acción que modifiquen de manera sustancial el estado de cosas hasta alcanzar una democracia avanzada.
En toda esta trayectoria, el Partido Comunista de Chile se declara orgullosa e inequívocamente como un partido de ideología marxista, un destacamento revolucionario cuyo objetivo irrenunciable es la construcción de una sociedad socialista, como la forma más avanzada de la democracia.-
Lo que sostenemos, como punto de apoyo para estas reflexiones, es que para escribir, o referirse a ella, la historia de un partido como el formado por Luis Emilio Recabarren en los primeros años del siglo XX, es ineludible -más aun: necesario y exigible- abordar la historia social y política del país en su conjunto. Esto, porque la historia del PC chileno, como de sus similares de otros países del mundo, no es la crónica de sus congresos o sus declaraciones, ni tampoco la biografía de sus dirigentes o de sus más destacados o “emblemáticos” militantes.
Es más bien en el seguimiento de las luchas populares, de la organización de los trabajadores, de los grandes y pequeños episodios que han protagonizado las masas en demanda de sus derechos y en sus propósitos de transformación social, en donde hay que buscar las huellas de una colectividad de esa naturaleza.
Y es muy significativo que tanto la persona del fundador -del Partido Obrero Socialista en 1912, que pasa a nombrarse Partido Comunista en 1922- como del partido mismo coincidan y se fundan con los primeros pasos de un movimiento sindical con vocación nacional y unitaria y con la constitución como sujeto político de una clase -la de los proletarios- que, para emplear una terminología ya clásica, se eleva desde una condición de “clase en sí” a la de “clase para sí”.
Esta exigencia de lo que pudiéramos llamar una “especificidad” de un movimiento sindical “clasista” y de un exponente político de esa misma clase constituido en partido, es una impronta del pensamiento y la obra de Luis Emilio Recabarren, y lo será -aun con los altos y bajos propios de todo proceso social- de su continuador colectivo, el que hoy cumple 100 de existencia.
A la unidad sindical de los trabajadores se corresponde -y no es una exageración ver en ello una resultante natural del origen campesino de buena parte del proletariado nortino, “enganchado” por las compañías salitreras- una permanente preocupación por las condiciones de vida, la organización sindical y el desarrollo ideológico y político de los trabajadores del agro chileno.
Es por ello que los trabajadores organizados, y el Partido Comunista desde esa instancia y por todos los medios “políticos” a su alcance, postularon como un elemento esencial para la consecución de sus objetivos la “unidad obrero campesina”.
Largo sería indicar en ese ámbito las etapas cumplidas, las sostenidas campañas, la participación personal de cuadros del partido. Culminación natural de esa lucha por imponer la demanda de “la tierra para el que la trabaja”, fue la Reforma Agraria, iniciada bajo el gobierno de Frei Montalva y culminada, hasta donde “su tiempo” lo permitió, por el gobierno de Salvador Allende.
Los años transcurridos a casi todo lo largo del Siglo pasado, estuvieron marcados por la formación de numerosos y nuevos contingentes de trabajadores fabriles, lo que se correspondía con el desarrollo de un capitalismo dependiente, aunque favorecido en algún momento por condicionamientos “globales” como lo fue la Segunda Guerra Mundial y en su marco la política de sustitución de importaciones y una incipiente industrialización del país, particularmente bajo la conducción e influencia del Frente Popular.
Sin embargo de lo dicho, y como en cumplimiento de una “regularidad” del desarrollo capitalista en su etapa imperialista, nuestro país pasó por diferentes periodos de explotación de potencias extranjeras cuya política estaba, como hoy mismo, dirigida a la maximización de las utilidades de sus monopolios en los territorios de lo que más adelante pasó a llamarse “Tercer Mundo”. Por ello no es de extrañar que un rasgo distintivo del contingente formado en las salitreras, fuera y continúe siendo su definición antiimperialista, como un componente fundamental de sus formulaciones ideológicas y de su accionar político. Y así es que, al mismo nivel de la exigencia por “la tierra”, planteara tempranamente el Partido Comunista la lucha por la nacionalización de nuestras riquezas básicas, cuya más que honrosa culminación se da en el gobierno de la Unidad Popular con la histórica, y hoy en gran medida traicionada, Nacionalización del Cobre.
En prácticamente todas las esferas de la vida nacional, ha marcado el Partido Comunista presencia activa y, en más de un caso, pionera. Extenso sería referirse a su presencia y aporte en el campo de la cultura artística o de la docencia en todos sus niveles.
Las luchas por los derechos laborales y cívicos de la mujer, por los derechos de los pueblos originarios y, más recientemente, por el de las minorías sexuales así como por la preservación de un medioambiente en armonía con las exigencias del desarrollo enérgico o simplemente productivo, forman parte del historial y el patrimonio ideo-político de este contingente.
Un capítulo especial debería consagrarse en cualquier estudio de esta naturaleza, e incluso en la modestia de este breve trabajo, a la unidad política del pueblo. Aun en la extensa etapa en que se construyó sobre la base de la “unidad socialista-comunista”, fue un objetivo del PC la ampliación social y política de la izquierda más allá de los partidos que eran expresión política de los trabajadores, y una clara demostración de ello fue la ampliación de la base de apoyo y el desarrollo programático que condujo desde el Frente del Pueblo de 1952 hasta la Unidad Popular que conquistó el componente más importante del poder político del país en 1970 con la Unidad Popular y Salvador Allende.
Importante momento fue a fines de la década de los 50 el Bloque de Saneamiento Democrático, que “limpió” de sus vicios más notorios un sistema electoral que fomentaba el más desvergonzado cohecho por parte de los partidos de la derecha.
Los años que van desde el golpe de Estado hasta el día de hoy, conocen de un denodado esfuerzo del PC por favorecer la más amplia unidad contra la dictadura.
En medio del heroico activismo de los luchadores por los derechos humanos, en el que páginas de honor y sacrificio escriben las agrupaciones de familiares de ejecutados, detenidos desaparecidos, torturados, presos, relegados y exilados políticos, el Partido Comunista, tras el simulacro de plebiscito que impuso la Constitución de 80, impulsa lo que llamó la Política de Rebelión Popular de Masas, contribuyendo con la formación del Frente Patriótico Manuel Rodríguez a la implementación de “todas las formas de lucha”. Decisivo en el proceso de desplazamiento del dictador de las palancas de mando, no fue sin embargo ello suficiente para impedir que desde la Casa Blanca se implementara una salida pactada con la dictadura, con los desastrosos efectos de un continuismo en las políticas centrales bajo la égida de los monopolios y el manto ominoso del neoliberalismo en todas sus expresiones.
Presente en todas las elecciones desde los inicios de los 90, el PC ha seguido bregando por la más amplia coincidencia opositora sobre la base de formulaciones programáticas que, al impulso de las grandes movilizaciones que han tenido entre sus organizadores y protagonistas a amplios destacamentos de trabajadores y con la decidida presencia de su juventud -la Jota- se levantan como la única posibilidad de presionar a las directivas políticas para la formulación de programas y líneas de acción que modifiquen de manera sustancial el estado de cosas hasta alcanzar una democracia avanzada.
En toda esta trayectoria, el Partido Comunista de Chile se declara orgullosa e inequívocamente como un partido de ideología marxista, un destacamento revolucionario cuyo objetivo irrenunciable es la construcción de una sociedad socialista, como la forma más avanzada de la democracia.-
100 años del PCCh, poniendo Chile un buen ejemplode lucha y consecuencia en Latinoamérica.
ResponderEliminarHasta la victoria siempre!!!