El pasado 8 de junio comenzó el
Campeonato Europeo de Fútbol de la UEFA 2012, más conocido como Eurocopa. Esta
XIVª edición se quería especial, pues se trata de la primera que tiene lugar en
Europa del Este tras la desintegración del bloque oriental. La decisión de
incluir a Ucrania en el ticket con Polonia no parece fortuita. Por comenzar por
algún sitio: la falta de infraestructuras, que se presentaba como un problema
de ambas candidaturas, jugó con toda probabilidad más bien a su favor, ya que
los eventos deportivos suponen una extraordinaria oportunidad de negocio para
las empresas de la construcción y publicitarias –en los últimos
dos años Ucrania ha construido dos estadios, inaugurado cuatro aeropuertos y
una flota de trenes de alta velocidad y gastado en total más de 14 mil millones
de dólares– y los comités deportivos, huelga decirlo, no se caracterizan
precisamente por su transparencia en la adjudicación de contratos.
Había, empero, otro motivo de mayor
calado en la elección de Ucrania, y ése era la ampliación oriental de la Unión
Europea, previa firma de un Acuerdo de Asociación. Entonces en Kiev gobernaban,
por utilizar la fina terminología del Departamento de Estado estadounidense,
nuestros hijos de puta, y parecía que todo iba a terminar según el plan:
Ucrania entraba en la Unión Europea y nuestros hijos de puta en Kiev podían
quedarse para sí las subvenciones europeas a la agricultura y la industria a
cambio de dejarlas en el mismo estado deplorable en que se encuentran para que
sus trabajadores se vean, así, forzados a emigrar –sin necesidad de demasiados
trámites– y engrosar las filas del ejército industrial de reserva en Europa
central y occidental. Teniendo en cuenta además el rol subalterno de la Unión
Europea en cuestiones internacionales –¿serán los eurofuncionarios los hijos de
puta de Washington en Bruselas?– puede que, andando el tiempo, la cosa terminase
incluso con la admisión de Ucrania en la OTAN, un paso más en dirección
oriental para aumentar la presión sobre Rusia y anular su influencia en la
región. Pero en febrero de 2010 el Partido de las Regiones de Viktor
Yanukovich, que favorece las relaciones con Rusia y la creación de un espacio
económico conjunto con Rusia, Bielorrusia y Kazajstán –mucho más lógico si
tenemos en cuenta la historia del país–, ganó las elecciones y dio al traste
con el plan.
No sólo Timoshenko
Pero como la candidatura ya se había
votado, a la UEFA no les quedó más remedio que seguir adelante y hasta su
inauguración al torneo de fútbol le crecieron, como popularmente se dice en
español, los enanos. El primero llevaba trenzas: Yulia Timoshenko –aquí
conocida como “líder opositora”, allí, simplemente, como “oligarca”– inició una
huelga de hambre desde la prisión donde cumple condena por abusar de su cargo
cuando era primera ministro fijando un precio del gas desventajoso para
Ucrania. La huelga copó la atención de los medios de comunicación occidentales
mientras, en franco contraste, más de mil quinientos presos palestinos que
protestaban contra las inhumanas condiciones de detención en Israel fueron
ignorados olímpicamente.[1] Joachim
Gauck, el Presidente de la República Federal, canceló una visita a Ucrania, y
en toda Alemania se sucedieron las declaraciones pidiendo el boicot al
campeonato: Dirk Niebel, el ministro alemán para la Cooperación económica y el
desarrollo, anunció su participación en el boicot; el secretario general del
partido liberal, Patrick Döring, reclamó que todos los partidos se trasladasen
a la vecina Polonia; el liberal Wolfgang Kubicki llamó a devolver las entradas
y hasta la verde Renate Künast se sumó a las iniciativas de protesta. La
mismísima canciller Angela Merkel dijo –¡en el 67º aniversario de la liberación
del nazismo!– que «en Ucrania y en Bielorrusia los ciudadanos siguen sufriendo
bajo la dictadura y represión.» [2]
Sin embargo, periodistas como Martin
Leidenfrost, que ha visitado Ucrania más de 30 veces, contradicen el relato
oficial: «El despotismo es un calificativo que siempre viene de fuera. Los
medios de comunicación ucranianos informan de manera justa, más que en
cualquier otro país del espacio post-soviético. Incluso las cadenas de televisión
y periódicos del aliado de Yanukovich, Rinat Ajmetov […] En las noticias del
canal de televisión que posee Ajmetov, Ukraina, no hay ni rastro de
culto a la personalidad a Yanukovich […] No conozco a nadie en Ucrania –añade–
que sienta simpatía hacia Timoshenko. La belleza del peinado trenzado es de
natural autoritaria, condujo su partido como una secta y calificó a los
manifestantes de la Revolución naranja de “biomasa”. Todo indica que, de haber
ganado las elecciones presidenciales, hubiese hecho exactamente lo mismo con
Yanukovich.» [3] Según la escritora ucraniana Oksana Sabuschko,
Timoshenko ha orquestado hábilmente un escándalo desde la prisión y en Europa
occidental sobre todos los alemanes habrían caído en su trampa.[4] En su
columna para konkret, Hermann
Gremliza ha denunciado la hipocresía del establishment
alemán, pues, mientras se alzan las voces por las condiciones del
encarcelamiento de Timoshenko, «la canciller se pasea de la mano del primer
ministro de las tierras extrañas, Wen Jiabao en la Feria de Hannover, aunque su
aparato de estado se dedica a hostigar a Ai Weiwei porque el “artista
conceptual” ha realizado el concepto artístico de evadir al fisco 1’7 millones
de euros. Al mismo tiempo, en Estados Unidos aguardan en el corredor de la
muerte tres mil personas a su asesinato, algunos de ellos desde hace años e
incluso décadas. Porque entre los derechos humanos reconocidos por Occidente el
derecho a la vida puntúa bajo, mientras que el derecho a la evasión fiscal
puntúa alto.» [5]
Poco después del caso
Timoshenko, el Presidente de la UEFA Michel Platini denunciaba en Lviv el
espectacular incremento de los precios de las habitaciones de los hoteles en
Ucrania (en no pocas ocasiones después de la reserva), calificando a los
hoteleros de «bandidos y sinvergüenzas.» [6]
Que a uno le suban el precio del hotel es desde luego como para indignarse,
pero Platini no mencionó –¿o no quiso mencionar?–, por ejemplo, que la
tour-operadora alemana TUI ha contratado la reserva de varias habitaciones en residencias
estudiantiles de Kiev, Járkov, Donetsk y Lviv para alojar a los seguidores de
la selección alemana. Se trata en realidad de un negocio turbio, porque los
estudiantes, según reveló el semanario Spiegel,
se ven obligados a seguir pagando por sus habitaciones –una carga
significativa: el alquiler cuesta 16 dólares estadounidenses al mes y un
estudiante ucraniano gana una media 100 dólares mensuales– e incluso a muchos
de ellos se les ha pedido, para mejor acomodar a los nuevos huéspedes, que cambien
el papel pintado o pinten los marcos de las ventanas. De su propio bolsillo,
claro. «La administración de la universidad me presentó un contrato», declaró
un estudiante de la universidad de Kiev, «en el que me ofrezco a trabajar ocho
horas al día durante la Eurocopa ayudando a los turistas y llevando sus
maletas.» A cambio, este estudiante recibía, como “pago”, poder mantener el
contrato de la habitación. [7]
Pocos problemas eran ya, y muchos
seguidores europeos expresaron su temor a posibles enfrentamientos y aún
disturbios con la hinchada racista local, como ocurrió ya en el 2010 cuando los
choques entre 1.000 ‘hooligans’ del Karpaty Lviv y 300 hinchas del Borussia de
Dortmund degeneraron en unos graves disturbios en el centro de la ciudad. [8]
Los ultras del Dinamo de Kiev y del Karpaty Lviv están estrechamente vinculados
al partido de extrema derecha Svoboda (Libertad), que el año pasado en Kiev
organizó una manifestación de protesta contra los jugadores extranjeros en la
que participaron 5.000 seguidores de fútbol racistas.[9] El Foreign
Office británico ha recomendado a sus ciudadanos de origen afrocaribeño o
asiático que tomen precauciones adicionales,[10] aunque el comentarista
Igor Ogorednev ha señalado que no cabe descartar la posibilidad de que los
medios británicos estén sobredimensionando el racismo y el antisemitismo en
Ucrania con fines políticos ahora que en Kiev no gobiernan –recuerden– nuestros
hijos de puta. [11]
Import / Export
Según el fulminante juicio del guionista
de cine ruso Vladimir Bortko, todo lo que le queda a Rusia es «exportar
petróleo, gas y prostitutas», [12] y
lo mismo puede decirse, a grandes rasgos, de Ucrania... pero sin el petróleo ni
el gas. La prostitución ya fue objeto de polémica en Alemania durante la Copa
Mundial de Fútbol de 2006, cuando las autoridades alemanas calcularon que la
competición atraería a 40.000 prostitutas al país, en su mayoría de Europa
oriental, una tendencia, según los especialistas, en auge. [13] Ucrania, que llegó a ser conocida como el granero de Rusia por
su abundante producción de trigo, hoy ostenta el cuestionable título de
prostíbulo de la Unión Europea: se estima que en Ucrania unas 80.000 mujeres
ejercen la prostitución,[14] una
cifra difícil de corroborar, pero que, teniendo en cuenta la cantidad de casos
que escapan a la metodología de los estudios, con toda probabilidad sea mucho
mayor. (Además, teniendo en cuenta los patrones de género que caracterizan al
llamado deporte rey, cabe preguntarse qué peso tuvo este dato a la hora de elegir
Ucrania como sede.) La cosa sería ya grave si no fuera porque el uso del
preservativo no está lo suficientemente extendido en Ucrania, lo que ha
convertido las relaciones sexuales en la segunda vía de contagio del SIDA en un
país que cuenta ya con uno de los mayores porcentajes de transmisión de Europa
oriental y del mundo (tendencia en auge) y un sistema sanitario incapaz de
ofrecer la asistencia médica adecuada a los afectados (un 25% de los cuales,
por cierto, menores de 20 años).[15]
Es una de esas historias que nadie quiere
leer. Los periodistas prefieren centrarse en la fotogénica Yulia Timoshenko –y
en el caso de la prensa británica sucede exactamente lo mismo con Mijaíl
Jodorkovski– porque les permite vivir en la ilusión de estar haciendo periodismo
de denuncia sin poner en riesgo su carrera. Por este mismo motivo el ruidoso
grupo feminista FEMEN –cuyas integrantes
se manifiestan, como es sabido, semidesnudas con lemas pintados sobre su
cuerpo, pero tocadas con la icónica guirnalda de flores que las jóvenes
solteras llevaban el día de Iván Kupala y que hoy se asocia universalmente al
folklore ucraniano– dirigió sus recientes protestas contra el ‘boom’ en la
prostitución que previsiblemente se desatará intentando agarrarse al trofeo
cuando éste se exponía en las ciudades ucranianas en Kiev y Dnepropetrovsk el
12 y el 21 de mayo. [16] El 31 hubo
una nueva acción en Kiev y el 1 de junio llevaron su protesta ante la embajada
ucraniana en París, aunque contaron con una menor repercusión en los medios de
comunicación. [17] El grupo ha
anunciado nuevas acciones.
Por todo ello quizá sea un buen momento para invitar a
un nuevo visionado de Import/Export (Ulrich Seidl, 2007) una durísima y
veraz película, con secuencias a veces difíciles de soportar, sobre los working
poor en Europa occidental y oriental. La película de Seidl está construida
en buena medida a partir de planos frontales y objetivos, sin subrayados
emocionales –situándonos en la posición más incómoda: no la de un espectador
pasivo que se deja llevar por el espectáculo, sino la de observador de una
historia protagonizada por gente como la que nos cruzamos por la calle a
diario–, un estilo frío que recuerda al de su compatriota Michael Haneke y que
contribuye sin duda a la dureza de la historia. Import/Export no es el
acostumbrado retrato de unos protagonistas de clase media en búsqueda de un
trabajo y una vida que satisfaga sus aspiraciones de clase, sino el de una
cruda lucha por la dignidad. La película narra dos historias en paralelo, la de
la ucraniana Olga (Ekateryna Rak) y el austriaco Paul (Paul Hoffmann),
interpretados por actores no profesionales.
Olga
trabaja de enfermera en una ciudad ucraniana. Vive con su madre y su hija en un
bloque de viviendas de una ciudad de provincias, donde el suministro de agua no
funciona. La película se abre con un hombre intentando arrancar, sin éxito, una
motocicleta. La metáfora es clara: nadie se marcha de aquí si no hay un buen
motivo. Una retención salarial obliga a Olga a trabajar, primero, como modelo
pornográfica. En un pequeño apartamento se masturba en directo ante una webcam
hablando un inglés y alemán elemental para clientes que, a una distancia de
miles de kilómetros, abusan verbalmente de ella. Pero como ni siquiera así
consigue reunir el dinero suficiente, decide emigrar a Austria, dejando a su
hija pequeña a cargo de su madre. En Austria trabaja como como mujer de la
limpieza, au pair en una casa burguesa –donde tiene que dormir en el
mismo cuarto que la lavadora y la secadora– y finalmente en un geriátrico con
enfermos de Alzheimer en estado avanzado abandonados por sus familiares, desde
el cual realiza llamadas furtivas para hablar con su famlia. Finalmente se
queda en la residencia de ancianos, aunque la envidia de la superiora a una
potencial rival –en lo profesional lo mismo que en lo sentimental– no hace
presagiar nada bueno. Paul es el protagonista de la otra historia. Se trata de
uno de esos desclasados de barriada obrera, fascinado por la violencia, poseedor
de un perro de presa, por el que su novia lo abandona. Poco después pierde el
trabajo de guardia de seguridad que tanto anhelaba cuando un grupo de turcos
entra en el centro comercial que había de vigilar, lo esposa y lo humilla. Para
satisfacer las numerosas deudas contraídas, Paul acude a los cursos de la
oficina de empleo, pero no logra nada, y acaba asociándose con su padrastro,
que compra viejas máquinas tragaperras de segunda mano para instalarlas en
Eslovaquia y en Ucrania, desplazándose por toda Europa oriental en una
desvencijada furgoneta. Tras un periplo por Eslovaquia, donde su padrastro
trata de engatusar a una mujer eslovaca y contratar a una prostituta gitana sin
demasiado éxito, en Ucrania Paul y su socio acuden a un bar donde se aprovechan
del desconocimiento del alemán de una chica, convenciéndola para que les
acompañe a la habitación del hotel en que se hospedan a cambio de dinero. Una
vez desnuda, el socio de Paul la insulta, la hace andar a cuatro patas y ladrar
como si fuera un perro antes de tener sexo con ella. Paul se niega a soportar
la escena y abandona la habitación tras cobrar el dinero que necesita. Al final
de la película, vemos cómo Paul, después de buscar infructuosamente trabajo
como mozo de carga en el mercado local, decide volver a su país natal haciendo
autoestop.
En
Import/Export, en la que dominan los exteriores desolados y los
interiores desangelados, Austria y Ucrania en poco se diferencian: los bloques
de viviendas que vemos son los escenarios de quienes viven en los márgenes de
la sociedad y en eso cada vez hay menos diferencias. Cuando al piloto alemán
Sebastian Vettel le preguntaron si la celebración de una prueba de Fórmula 1 en
el circuito de Baréin no era una muestra de insensibilidad teniendo en cuenta la
situación de los derechos humanos en el país del Golfo Pérsico –donde al menos
85 personas han muerto, 3.000 activistas han sido detenidos y nadie conoce con
exactitud el número de torturados ni la escala de la represión–, Vettel
respondió que lo único que a él realmente importaba era «la temperatura de los
neumáticos.» [18] A esto estamos llegando: la vida de un bareiní vale
menos que un neumático, la de una puta de Dnipropetrovsk, menos que un balón de
fútbol.
Tomado de: http://www.sinpermiso.info/#
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