jueves, 14 de junio de 2012

Ucrania y la eurocopa: de granero de Rusia a burdel de Europa

 Àngel Ferrero · · · · · 


El pasado 8 de junio comenzó el Campeonato Europeo de Fútbol de la UEFA 2012, más conocido como Eurocopa. Esta XIVª edición se quería especial, pues se trata de la primera que tiene lugar en Europa del Este tras la desintegración del bloque oriental. La decisión de incluir a Ucrania en el ticket con Polonia no parece fortuita. Por comenzar por algún sitio: la falta de infraestructuras, que se presentaba como un problema de ambas candidaturas, jugó con toda probabilidad más bien a su favor, ya que los eventos deportivos suponen una extraordinaria oportunidad de negocio para las empresas de la construcción y publicitarias –en los últimos dos años Ucrania ha construido dos estadios, inaugurado cuatro aeropuertos y una flota de trenes de alta velocidad y gastado en total más de 14 mil millones de dólares– y los comités deportivos, huelga decirlo, no se caracterizan precisamente por su transparencia en la adjudicación de contratos.

Había, empero, otro motivo de mayor calado en la elección de Ucrania, y ése era la ampliación oriental de la Unión Europea, previa firma de un Acuerdo de Asociación. Entonces en Kiev gobernaban, por utilizar la fina terminología del Departamento de Estado estadounidense, nuestros hijos de puta, y parecía que todo iba a terminar según el plan: Ucrania entraba en la Unión Europea y nuestros hijos de puta en Kiev podían quedarse para sí las subvenciones europeas a la agricultura y la industria a cambio de dejarlas en el mismo estado deplorable en que se encuentran para que sus trabajadores se vean, así, forzados a emigrar –sin necesidad de demasiados trámites– y engrosar las filas del ejército industrial de reserva en Europa central y occidental. Teniendo en cuenta además el rol subalterno de la Unión Europea en cuestiones internacionales –¿serán los eurofuncionarios los hijos de puta de Washington en Bruselas?– puede que, andando el tiempo, la cosa terminase incluso con la admisión de Ucrania en la OTAN, un paso más en dirección oriental para aumentar la presión sobre Rusia y anular su influencia en la región. Pero en febrero de 2010 el Partido de las Regiones de Viktor Yanukovich, que favorece las relaciones con Rusia y la creación de un espacio económico conjunto con Rusia, Bielorrusia y Kazajstán –mucho más lógico si tenemos en cuenta la historia del país–, ganó las elecciones y dio al traste con el plan.   

No sólo Timoshenko

Pero como la candidatura ya se había votado, a la UEFA no les quedó más remedio que seguir adelante y hasta su inauguración al torneo de fútbol le crecieron, como popularmente se dice en español, los enanos. El primero llevaba trenzas: Yulia Timoshenko –aquí conocida como “líder opositora”, allí, simplemente, como “oligarca”– inició una huelga de hambre desde la prisión donde cumple condena por abusar de su cargo cuando era primera ministro fijando un precio del gas desventajoso para Ucrania. La huelga copó la atención de los medios de comunicación occidentales mientras, en franco contraste, más de mil quinientos presos palestinos que protestaban contra las inhumanas condiciones de detención en Israel fueron ignorados olímpicamente.[1] Joachim Gauck, el Presidente de la República Federal, canceló una visita a Ucrania, y en toda Alemania se sucedieron las declaraciones pidiendo el boicot al campeonato: Dirk Niebel, el ministro alemán para la Cooperación económica y el desarrollo, anunció su participación en el boicot; el secretario general del partido liberal, Patrick Döring, reclamó que todos los partidos se trasladasen a la vecina Polonia; el liberal Wolfgang Kubicki llamó a devolver las entradas y hasta la verde Renate Künast se sumó a las iniciativas de protesta. La mismísima canciller Angela Merkel dijo –¡en el 67º aniversario de la liberación del nazismo!– que «en Ucrania y en Bielorrusia los ciudadanos siguen sufriendo bajo la dictadura y represión.» [2]

Sin embargo, periodistas como Martin Leidenfrost, que ha visitado Ucrania más de 30 veces, contradicen el relato oficial: «El despotismo es un calificativo que siempre viene de fuera. Los medios de comunicación ucranianos informan de manera justa, más que en cualquier otro país del espacio post-soviético. Incluso las cadenas de televisión y periódicos del aliado de Yanukovich, Rinat Ajmetov […] En las noticias del canal de televisión que posee Ajmetov, Ukraina, no hay ni rastro de culto a la personalidad a Yanukovich […] No conozco a nadie en Ucrania –añade– que sienta simpatía hacia Timoshenko. La belleza del peinado trenzado es de natural autoritaria, condujo su partido como una secta y calificó a los manifestantes de la Revolución naranja de “biomasa”. Todo indica que, de haber ganado las elecciones presidenciales, hubiese hecho exactamente lo mismo con Yanukovich.» [3] Según la escritora ucraniana Oksana Sabuschko, Timoshenko ha orquestado hábilmente un escándalo desde la prisión y en Europa occidental sobre todos los alemanes habrían caído en su trampa.[4] En su columna para konkret, Hermann Gremliza ha denunciado la hipocresía del establishment alemán, pues, mientras se alzan las voces por las condiciones del encarcelamiento de Timoshenko, «la canciller se pasea de la mano del primer ministro de las tierras extrañas, Wen Jiabao en la Feria de Hannover, aunque su aparato de estado se dedica a hostigar a Ai Weiwei porque el “artista conceptual” ha realizado el concepto artístico de evadir al fisco 1’7 millones de euros. Al mismo tiempo, en Estados Unidos aguardan en el corredor de la muerte tres mil personas a su asesinato, algunos de ellos desde hace años e incluso décadas. Porque entre los derechos humanos reconocidos por Occidente el derecho a la vida puntúa bajo, mientras que el derecho a la evasión fiscal puntúa alto.» [5]

Poco después del caso Timoshenko, el Presidente de la UEFA Michel Platini denunciaba en Lviv el espectacular incremento de los precios de las habitaciones de los hoteles en Ucrania (en no pocas ocasiones después de la reserva), calificando a los hoteleros de «bandidos y sinvergüenzas.» [6] Que a uno le suban el precio del hotel es desde luego como para indignarse, pero Platini no mencionó –¿o no quiso mencionar?–, por ejemplo, que la tour-operadora alemana TUI ha contratado la reserva de varias habitaciones en residencias estudiantiles de Kiev, Járkov, Donetsk y Lviv para alojar a los seguidores de la selección alemana. Se trata en realidad de un negocio turbio, porque los estudiantes, según reveló el semanario Spiegel, se ven obligados a seguir pagando por sus habitaciones –una carga significativa: el alquiler cuesta 16 dólares estadounidenses al mes y un estudiante ucraniano gana una media 100 dólares mensuales– e incluso a muchos de ellos se les ha pedido, para mejor acomodar a los nuevos huéspedes, que cambien el papel pintado o pinten los marcos de las ventanas. De su propio bolsillo, claro. «La administración de la universidad me presentó un contrato», declaró un estudiante de la universidad de Kiev, «en el que me ofrezco a trabajar ocho horas al día durante la Eurocopa ayudando a los turistas y llevando sus maletas.» A cambio, este estudiante recibía, como “pago”, poder mantener el contrato de la habitación. [7]

Pocos problemas eran ya, y muchos seguidores europeos expresaron su temor a posibles enfrentamientos y aún disturbios con la hinchada racista local, como ocurrió ya en el 2010 cuando los choques entre 1.000 ‘hooligans’ del Karpaty Lviv y 300 hinchas del Borussia de Dortmund degeneraron en unos graves disturbios en el centro de la ciudad. [8] Los ultras del Dinamo de Kiev y del Karpaty Lviv están estrechamente vinculados al partido de extrema derecha Svoboda (Libertad), que el año pasado en Kiev organizó una manifestación de protesta contra los jugadores extranjeros en la que participaron 5.000 seguidores de fútbol racistas.[9] El Foreign Office británico ha recomendado a sus ciudadanos de origen afrocaribeño o asiático que tomen precauciones adicionales,[10] aunque el comentarista Igor Ogorednev ha señalado que no cabe descartar la posibilidad de que los medios británicos estén sobredimensionando el racismo y el antisemitismo en Ucrania con fines políticos ahora que en Kiev no gobiernan –recuerden– nuestros hijos de puta. [11]

Import / Export

Según el fulminante juicio del guionista de cine ruso Vladimir Bortko, todo lo que le queda a Rusia es «exportar petróleo, gas y prostitutas», [12] y lo mismo puede decirse, a grandes rasgos, de Ucrania... pero sin el petróleo ni el gas. La prostitución ya fue objeto de polémica en Alemania durante la Copa Mundial de Fútbol de 2006, cuando las autoridades alemanas calcularon que la competición atraería a 40.000 prostitutas al país, en su mayoría de Europa oriental, una tendencia, según los especialistas, en auge. [13] Ucrania, que llegó a ser conocida como el granero de Rusia por su abundante producción de trigo, hoy ostenta el cuestionable título de prostíbulo de la Unión Europea: se estima que en Ucrania unas 80.000 mujeres ejercen la prostitución,[14] una cifra difícil de corroborar, pero que, teniendo en cuenta la cantidad de casos que escapan a la metodología de los estudios, con toda probabilidad sea mucho mayor. (Además, teniendo en cuenta los patrones de género que caracterizan al llamado deporte rey, cabe preguntarse qué peso tuvo este dato a la hora de elegir Ucrania como sede.) La cosa sería ya grave si no fuera porque el uso del preservativo no está lo suficientemente extendido en Ucrania, lo que ha convertido las relaciones sexuales en la segunda vía de contagio del SIDA en un país que cuenta ya con uno de los mayores porcentajes de transmisión de Europa oriental y del mundo (tendencia en auge) y un sistema sanitario incapaz de ofrecer la asistencia médica adecuada a los afectados (un 25% de los cuales, por cierto, menores de 20 años).[15]

Es una de esas historias que nadie quiere leer. Los periodistas prefieren centrarse en la fotogénica Yulia Timoshenko –y en el caso de la prensa británica sucede exactamente lo mismo con Mijaíl Jodorkovski– porque les permite vivir en la ilusión de estar haciendo periodismo de denuncia sin poner en riesgo su carrera. Por este mismo motivo el ruidoso grupo feminista FEMEN –cuyas integrantes se manifiestan, como es sabido, semidesnudas con lemas pintados sobre su cuerpo, pero tocadas con la icónica guirnalda de flores que las jóvenes solteras llevaban el día de Iván Kupala y que hoy se asocia universalmente al folklore ucraniano– dirigió sus recientes protestas contra el ‘boom’ en la prostitución que previsiblemente se desatará intentando agarrarse al trofeo cuando éste se exponía en las ciudades ucranianas en Kiev y Dnepropetrovsk el 12 y el 21 de mayo. [16] El 31 hubo una nueva acción en Kiev y el 1 de junio llevaron su protesta ante la embajada ucraniana en París, aunque contaron con una menor repercusión en los medios de comunicación. [17] El grupo ha anunciado nuevas acciones.

Por todo ello quizá sea un buen momento para invitar a un nuevo visionado de Import/Export (Ulrich Seidl, 2007) una durísima y veraz película, con secuencias a veces difíciles de soportar, sobre los working poor en Europa occidental y oriental. La película de Seidl está construida en buena medida a partir de planos frontales y objetivos, sin subrayados emocionales –situándonos en la posición más incómoda: no la de un espectador pasivo que se deja llevar por el espectáculo, sino la de observador de una historia protagonizada por gente como la que nos cruzamos por la calle a diario–, un estilo frío que recuerda al de su compatriota Michael Haneke y que contribuye sin duda a la dureza de la historia. Import/Export no es el acostumbrado retrato de unos protagonistas de clase media en búsqueda de un trabajo y una vida que satisfaga sus aspiraciones de clase, sino el de una cruda lucha por la dignidad. La película narra dos historias en paralelo, la de la ucraniana Olga (Ekateryna Rak) y el austriaco Paul (Paul Hoffmann), interpretados por actores no profesionales.

Olga trabaja de enfermera en una ciudad ucraniana. Vive con su madre y su hija en un bloque de viviendas de una ciudad de provincias, donde el suministro de agua no funciona. La película se abre con un hombre intentando arrancar, sin éxito, una motocicleta. La metáfora es clara: nadie se marcha de aquí si no hay un buen motivo. Una retención salarial obliga a Olga a trabajar, primero, como modelo pornográfica. En un pequeño apartamento se masturba en directo ante una webcam hablando un inglés y alemán elemental para clientes que, a una distancia de miles de kilómetros, abusan verbalmente de ella. Pero como ni siquiera así consigue reunir el dinero suficiente, decide emigrar a Austria, dejando a su hija pequeña a cargo de su madre. En Austria trabaja como como mujer de la limpieza, au pair en una casa burguesa –donde tiene que dormir en el mismo cuarto que la lavadora y la secadora– y finalmente en un geriátrico con enfermos de Alzheimer en estado avanzado abandonados por sus familiares, desde el cual realiza llamadas furtivas para hablar con su famlia. Finalmente se queda en la residencia de ancianos, aunque la envidia de la superiora a una potencial rival –en lo profesional lo mismo que en lo sentimental– no hace presagiar nada bueno. Paul es el protagonista de la otra historia. Se trata de uno de esos desclasados de barriada obrera, fascinado por la violencia, poseedor de un perro de presa, por el que su novia lo abandona. Poco después pierde el trabajo de guardia de seguridad que tanto anhelaba cuando un grupo de turcos entra en el centro comercial que había de vigilar, lo esposa y lo humilla. Para satisfacer las numerosas deudas contraídas, Paul acude a los cursos de la oficina de empleo, pero no logra nada, y acaba asociándose con su padrastro, que compra viejas máquinas tragaperras de segunda mano para instalarlas en Eslovaquia y en Ucrania, desplazándose por toda Europa oriental en una desvencijada furgoneta. Tras un periplo por Eslovaquia, donde su padrastro trata de engatusar a una mujer eslovaca y contratar a una prostituta gitana sin demasiado éxito, en Ucrania Paul y su socio acuden a un bar donde se aprovechan del desconocimiento del alemán de una chica, convenciéndola para que les acompañe a la habitación del hotel en que se hospedan a cambio de dinero. Una vez desnuda, el socio de Paul la insulta, la hace andar a cuatro patas y ladrar como si fuera un perro antes de tener sexo con ella. Paul se niega a soportar la escena y abandona la habitación tras cobrar el dinero que necesita. Al final de la película, vemos cómo Paul, después de buscar infructuosamente trabajo como mozo de carga en el mercado local, decide volver a su país natal haciendo autoestop.

En Import/Export, en la que dominan los exteriores desolados y los interiores desangelados, Austria y Ucrania en poco se diferencian: los bloques de viviendas que vemos son los escenarios de quienes viven en los márgenes de la sociedad y en eso cada vez hay menos diferencias. Cuando al piloto alemán Sebastian Vettel le preguntaron si la celebración de una prueba de Fórmula 1 en el circuito de Baréin no era una muestra de insensibilidad teniendo en cuenta la situación de los derechos humanos en el país del Golfo Pérsico –donde al menos 85 personas han muerto, 3.000 activistas han sido detenidos y nadie conoce con exactitud el número de torturados ni la escala de la represión–, Vettel respondió que lo único que a él realmente importaba era «la temperatura de los neumáticos.» [18] A esto estamos llegando: la vida de un bareiní vale menos que un neumático, la de una puta de Dnipropetrovsk, menos que un balón de fútbol.

Tomado de: http://www.sinpermiso.info/#

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