lunes, 12 de noviembre de 2012

Que levanten otro Muro de Berlín

De Domènec Merino:
Un día como hoy, hace 23 años, caía el Muro de Berlín. Dos años más tarde, en 1991, se decretaría la disolución definitiva de la Unión Soviética, derrumbándose con ella el resto del campo socialista.  Las consecuencias de estos dos sucesos fueron absolutamente terribles para los trabajadores y los pueblos oprimidos de todo el mundo. En los países dónde fue restaurado triunfante el poder de los monopolios, casi todas las empresas públicas fueron privatizadas. Allá dónde antes había gigantescos complejos industriales que se asemejaban más a pueblos que a fábricas -con sus centros de salud, sus escuelas y guarderías, sus centros de estudio para los obreros-, quedaron sólo desolados solares o fábricas en las que se despidió a la mayor parte de la plantilla.
El enorme ejército de parados que se generó, permitió a la burguesía ofrecer condiciones laborales y salariales paupérrimas a los trabajadores, gracias a la gran demanda de puestos de trabajo. La sanidad pública se deterioró a pasos agigantados, y por ello reaparecieron enfermedades ya erradicadas como la tuberculosis; salieron a la palestra también enfermedades casi desconocidas, como el SIDA, y se expandió como una plaga la drogadicción.
Allá dónde antes había una escuela colectivista y una universidad gratuita y para todos, los estudiantes se encontraron escuelas decrépitas, con pocos profesores y sin material escolar -antaño subvencionado por el gobierno-; eso sin contar la privatización y degradación de la universidad pública, que dejó de ser gratuita y alcanzó precios prohibitivos.
La mujer, que en la época socialista había contado con las mismas condiciones laborales que el hombre, y se había liberado de la esclavitud doméstica gracias a la socialización de las tareas del hogar, volvió a conocer la prostitución, la miseria, la violencia doméstica y el terrible destino de estar condenada a una vida de servidumbre hacia el hombre. Son terribles los casos de famosas científicas o deportistas de la URSS u otros países socialistas que tras la contrarrevolución se vieron obligadas a sumergirse en el lucrativo mercado del sexo. Eso por no hablar de las decenas de miles de jóvenes que han sido secuestradas por las mafias de la prostitución y trasladadas a los países de Europa Occidental y Estados Unidos como si de ganado se tratase.
El gigantesco potencial industrial y militar, así como la gran productividad del campo de los países socialistas desapareció para siempre. El PIB se contrajo durante años y años en números que muchas veces superaban las dos cifras. Los países del bloque socialista jamás volvieron a brillar ni en deportes, ni en cultura; el descubrimiento del espacio cayó en un bache del que tardó en salir; numerosos avances médicos o tecnológicos desaparecieron para siempre. Los órganos de poder político de los trabajadores fueron sustituidos por el latigo y la burla de las elecciones cada cuatro años, que siempre ganan oligarcas o títeres de la oligarquía. Reaparecieron el fascismo, el ultranacionalismo y centenares de miles de personas han perecido y siguen pereciendo hoy a causa de los conflictos étnicos y nacionales.
¿La caída del Muro de Berlín fue un suceso a celebrar? Que se lo pregunten a todos estos millones de trabajadores, campesinos, intelectuales, estudiantes; a las mujeres, a los jóvenes y a los pueblos oprimidos que retrocedieron un par de siglos el 9 de noviembre de 1989 y el 8 de diciembre de 1991.

La Mancha Obrera 

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