lunes, 6 de agosto de 2012

Proletarización docente

Renán Vega Cantor


Renán Vega Cantor
La flexibilización laboral ha llegado al sector docente, donde los trabajadores soportan la reducción de salarios, el aumento de las horas de trabajo, junto con la imposición del neotaylorismo. La precarización laboral en el mundo educativo tiene la misma finalidad que la flexibilización en cualquier sector productivo, esto es, aumentar las ganancias vía el incremento de la productividad de los trabajadores. Aunque resulta extraño usar la noción de productividad para referirse a los profesores, no lo es tanto, porque en la nueva jerga empresarial el Banco Mundial concibe la educación como un negocio en el que se “fabrica capital humano”. Paralelamente, se aplican en las instituciones educativas programas de productividad y calidad de estilo empresarial para determinar los niveles salariales a partir del rendimiento individual de los trabajadores, así como rendición de cuentas y estímulos personales. Por su parte, la imposición del neotaylorismo pretende que los profesores asuman una demanda creciente de estudiantes, y para hacerlo posible se fragmenta el acto educativo, que ya no será impartido de manera prioritaria en las aulas sino a distancia, a través de Internet.
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En las escuelas públicas han ido penetrando las ideologías instrumentales de tipo tecnocrático tanto en lo que se refiere a la formación de los profesores como a la pedagogía en el aula. El énfasis en los factores instrumentales y pragmáticos de la vida escolar se sustenta en postulados diversos de clara índole tayloriana: proclamar la separación entre la concepción y la ejecución; propender por la estandarización del conocimiento escolar para gestionarlo y controlarlo en concordancia con los intereses empresariales; devaluar el trabajo crítico y reflexivo de los profesores y estudiantes, con el imperativo de adecuarse a las exigencias del mercado. Mirado desde la óptica capitalista, las innovaciones tecnológicas, y la informática no es la excepción, buscan parcelar los trabajos para simplificarlos, facilitar su control y poder prescindir de los trabajadores en cualquier momento.
Dichas innovaciones generan un proceso paralelo y complementario, en el que se combina una descualificación masiva con la sobrecualificación de una minoría insignificante, la cual puede acaparar los saberes que han sido arrancados a la mayoría de la población. En el caso de la educación que privilegia a las Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación (NTIC) se aplica aquella característica del capitalismo que en los procesos productivos busca, de manera permanente, disociar la concepción de la ejecución. Unos son los que conciben, planean, proponen y disponen y otros son los que aplican. Con las NTIC se pretende separar el “contenido” informativo del “proceso”, de tal forma que unos cuantos expertos se dedicarían al contenido, recibiendo buenos salarios, mientras que en las labores que no requieren preparación un ejército de instructores poco cualificados cumpliría la función de interactuar con los alumnos. En estas condiciones, se propone terminar con las escuelas y los campus de las universidades, para que los estudiantes escojan sus cursos virtuales, desarrollen sus actividades en la casa y nunca se encuentren con un profesor o un compañero de carne y hueso.
Aquí no hay nada nuevo, aunque la introducción de la tecnología informática en el aula se muestre como algo muy sofisticado, si se recuerda que la automatización en el capitalismo busca prescindir del trabajador cualificado y reducir costos. Eso se viene haciendo desde finales del siglo XVIII, cuando en Inglaterra los empresarios del sector textil descubrieron que podían sustituir a los tejedores cualificados y organizados usando las maquinar para expropiarlos de sus saberes y sustituirlos por mujeres y niños sin cualificación y con peores salarios.
A su vez, los trabajadores han resistido históricamente de múltiples maneras ese proceso de expropiación, mientras que el capitalismo no puede prescindir por completo de los trabajadores, como está claramente demostrado en la actualidad si miramos la situación de los Nuevos Países Industrializados, encabezados por China, junto con toda la realidad laboral del capitalismo maquilero. No parece que en el caso del trabajo docente la situación vaya a ser distinta, en términos de resistencia y de la imposibilidad práctica de prescindir de los incómodos educadores de carne y hueso, aunque con la tecnología en el mundo escolar se generalice la descualificación del profesorado.
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La actuales reformas educativas impulsadas por el neoliberalismo que han modificado todo a la vez, la estructura educativa, las formas de administración, y los contenidos han hecho ver a los profesores como obsoletos. En el caso de los enseñantes asistimos a una clara proletarización ideológica, que no es otra cosa que un deterioro en sus condiciones laborales y de vida, y una descualificación en su trabajo diaria, que puede denominarse como una “proletarización técnica”.
El proceso de proletarización del profesorado se expresa en el desmejoramiento en sus condiciones laborales y vitales, lo cual conspira contra sus esperanzas de alcanzar un reconocimiento profesional. En cuanto al trabajo se presenta un fenómeno de racionalización que se expresa en dos aspectos: la separación entre concepción y ejecución en el proceso de trabajo, que tiene como consecuencia que el trabajador sea un ejecutor de tareas sobre las que él no decide sino que otros se las imponen; la descualificación, entendida como perdida de conocimientos y perdida del control sobre su propio trabajo, somete a los docentes al control externo por parte del capital.
Existen algunos puntos de similitud entre los profesores y los obreros. Los dos son trabajadores asalariados, tienen vínculos con el Estado o con la empresa privada, y entre los primeros tienen una gran presencia las mujeres. En el seno del magisterio también existen, como en el mundo obrero, jerarquías y divisiones, puesto que se encuentran desde los expertos, especialistas y tecnócratas hasta los profesores, que han quedado reducidos a ser puros ejecutores de los lineamientos políticos pensados por otros. En ese sentido, existe una perdida de cualificación del trabajo educativo, una clara separación entre concepción y ejecución y una evidente pérdida de control por parte de los docentes sobre su propia actividad. En consecuencia, los profesores forman parte de la nueva clase universal de trabajadores, que podemos denominar como el pobretariado, esto es, pobres y proletarios.
La labor docente se define no sólo por la labor práctica y cotidiana de los profesores, sino también por las aspiraciones inmersas en esa labor, pero esas aspiraciones se han visto reducidas en la medida en que el ataque a las escuelas por todos los flancos aproxima más a los profesores a la clase obrera, más de lo que muchos analistas hubieran imaginado hace algunas décadas. Lo mismo que soportaron las primeras generaciones de obreros, la expropiación de sus saberes, es hoy vivido por los profesores que están soportando una arremetida que ha implicado la perdida de sus cualidades específicas, lo cual ha generado una perdida de control y sentido sobre su propio trabajo, lo que no es otra cosa que la perdida de autonomía, y en ese proceso de expropiación las NTIC desempeñan un papel de primer orden, de acuerdo a la lógica capitalista que ha penetrado en los espacios educativos.
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En estos momentos se renuevan los viejos programas, nunca realizados hasta ahora, de sustituir a los profesores por máquinas de enseñar, sosteniendo que esto es posible porque ya se cuenta con la tecnología que antes no existía, e inmediatamente se menciona el caso de Internet, si se tiene en cuenta que a través de la red es posible transmitir materiales llamativos, con gráficos, esquemas, uso de voz, e incluso se puede efectuar comunicaciones en tiempo real mediante el Chat, o la videoconferencias. En estos dos últimos casos se subraya la importancia que en Internet se puedan responder, aunque de manera primitiva, preguntas determinadas, con lo que se quiere enfatizar la importancia que tendrían estas formas de comunicación como canales de interactividad.
Con la introducción de las NTIC, el capitalismo puede acudir a otro ardid clásico, culpabilizar a las propias victimas. Si hay desempleo, trabajo precario, bajos salarios, miseria, no se debe al funcionamiento irracional del propio sistema capitalista, sino a que la gente es incapaz de cualificar adecuadamente su propio “capital humano”, para poder ser competitivos y “útiles” al mercado. Por supuesto, en el caso de la educación esta responsabilidad recae sobre los hombros de los profesores por no haber sido capaces de preparar idóneamente a la fuerza de trabajo con el fin de que sea competitiva y eficiente, en concordancia con las exigencias de la globalización. En consecuencia, se maldice ese sistema educativo tradicional y se promueve el nuevo sistema de educación basado en las tecnologías más sofisticadas.
Los tecnócratas de la educación, portavoces de los grandes intereses corporativos a nivel transnacional, impulsan el uso de las NTIC en los procesos educativos con la falacia, de clara estirpe conductista, de consolidar una enseñanza sin profesor, y de lograr la plena automatización del proceso de enseñanza-aprendizaje. Detrás se esconde una razón poco grandiosa, como es la de reducir costos. Por supuesto que se argumenta que la educación a través de las NTIC está en sintonía con la pretendida sociedad posindustrial con la flexibilidad, la producción de mercancías individualizadas y el aprendizaje a lo largo de toda la vida.
La promoción de las NTIC sirve para desprestigiar a los profesores, y justificar las contrarreformas laborales que contra ellos se adelantan, con el estúpido argumento tecnocrático que los desarrollos tecnológicos de la globalización han destronado a los profesores como figuras en la transmisión del saber, porque los aspectos pedagógicos y éticos que comporta todo proceso de enseñanza-aprendizaje ni siquiera son considerados. Y no puede ser de otra forma, porque en la lógica del capitalismo actual se confunde conocimiento con información, en razón de lo cual se exalta la velocidad y capacidad de almacenamiento y procesamiento de datos. En esta perspectiva, los profesores son un estorbo porque se encuentran atados a sus saberes especializados, siguen enseñando “cosas inútiles” e innecesarias en la lógica pragmática y utilitaria del capitalismo cognitivo (como ciencias sociales, arte o humanidades), y se mantienen apegados a hábitos que no afectan a las nuevas generaciones que desde su nacimiento viven en medio de televisores, pantallas, ordenadores y teléfonos celulares.
La escuela, y por lo tanto los trabajadores docentes, se encuentran enfrentados a dos velocidades y temporalidades completamente diferentes: una de transmisión oral, lenta, pausada, llena de vida, que se expresa en lo cotidiano y lo local, que es profundamente subjetiva; otra vertiginosa, veloz, instantánea, tecnológica, cuyo imperativo es la productividad medida en dinero. Ante estas dos temporalidades el asunto estriba en cómo construir otro tipo de educación no mercantil que preserve el acerbo cultural de una nación. Al mismo tiempo, cómo defender el trabajo docente como una actividad digna, que forja y produce conocimiento, y debe contribuir a formar seres humanos para la vida y no para reproducir el capital.
Renán Vega Cantor es historiador. Profesor titular de la Universidad Pedagógica Nacional, de Bogotá, Colombia.  Autor y compilador de los libros Marx y el siglo XXI (2 volúmenes), Editorial Pensamiento Crítico, Bogotá, 1998-1999; Gente muy Rebelde, (4 volúmenes), Editorial Pensamiento Crítico, Bogotá, 2002; Neoliberalismo: mito y realidad; El Caos Planetario, Ediciones Herramienta, 1999; entre otros. Premio Libertador, Venezuela, 2008.

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