Pues sí, soy comunista. Y no sólo lo soy sino que, además, no tengo ningún problema en reconocerlo ante nadie. Más bien al contrario, me siento orgulloso de ser el heredero ideológico de quienes, antes que yo, entregaron su vida a la noble tarea de luchar por un mundo más humano, en el que la riqueza esté mejor repartida, dónde nadie acumule fortunas especulando con la desgracia de quienes no tienen nada, un mundo en el que todos tengamos cubiertas nuestras más elementales necesidades, lejos del desequilibrio asesino de un sistema, el capitalismo, carente de solidaridad y en el que el éxito es concebido desde una perspectiva insultantemente materialista sin importar que, para alcanzarlo, haya que sacrificar valores como la ética, la moral o la justicia.
Tampoco tengo el menor problema en repeler las acusaciones que, a menudo, los medios de comunicación vierten sobre quienes piensan como yo lo hago. Entiendo que el capitalismo utilice los medios de los que dispone para manipular a la gente en contra de quienes osamos discutir su hegemonía. Desde luego, no es nuevo que eso ocurra, siempre ha sido así. El fascista que gobernó España, sembrando el terror durante cuatro largas y sombrías décadas, ya alertaba a los españoles de lo peligrosos que éramos los comunistas. Y muchos le creían, sin reparar en que el verdadero asesino era él. Hoy sus herederos siguen haciendo lo mismo, señalando a Cuba (amplificando cualquier carencia que allí pueda haber y obviando los innegables méritos de la revolución cubana) para ocultar las miserias de una falsa democracia burguesa basada en la alternancia forzosa de las dos caras de una misma moneda. Un régimen que no duda en recortar derechos a los ciudadanos, en el que se reprime al pueblo, en el que se aplica la justicia de una forma alarmantemente subjetiva en favor de los poderosos y en el que los medios de comunicación reducen las alternativas a aquellas que el propio sistema está dispuesto a consentir.
No espero otra cosa, desde luego. Sé que seguiremos siendo “el enemigo” y lo mejor es que empiezo a sentirme cómodo en ese papel. Ser “el enemigo” de un régimen bastardo y asesino como éste que nos oprime es, al menos para mí, motivo de orgullo más que de vergüenza. Sólo espero que, a fuerza de ser engañados, una y otra vez, muchos abran los ojos a la realidad y descubran la visión parcial e interesada que se ofrece de nosotros. Bastaría con que salieran a la calle para descubrir quiénes somos y hasta qué punto es falsa la imagen que el sistema vende de nosotros. Nos verán con los parados, con los desahuciados, con los olvidados, con los castigados, con los reprimidos, con los marginados, con los discriminados, con los explotados, con los indignados… Entonces, posiblemente, seremos nosotros quienes miraremos extrañados, sorprendidos de verles por fin sumarme a la lucha que hoy miran desde la distancia, y la única sorpresa que delaten sus rostros sea la de descubrir que para este sistema ellos también son “el enemigo”.
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