miércoles, 7 de agosto de 2013

Unión Europea, anticomunismo y auge del fascismo

“Colocar en el mismo plano moral el comunismo ruso y el nazifascismo, en la medida en que ambos serían totalitarios, en el mejor de los casos es una superficialidad; en el peor es fascismo. Quien insiste en esta equiparación puede considerarse un demócrata, pero en verdad y en el fondo de su corazón es en realidad ya un fascista, y desde luego sólo combatirá el fascismo de manera aparente e hipócrita, mientras deja todo su odio para el comunismo.”
Thomas Mann1




Claudio Spartak

La Unión Europea no tiene un origen ingenuo o naíf de “unión entre los pueblos europeos”, como nos venden desde la infancia en las escuelas. Su origen es, por el contrario, más oscuro y menos confesable. Es un origen imperialista. Un proyecto de reorganización y de alianza bajo supervisión norteamericana de las grandes corporaciones y los grandes bancos capitalistas de las potencias imperialistas europeas tras la Segunda Guerra Mundial y en el marco de la por entonces incipiente Guerra Fría contra la comunidad de países socialistas. Y es que, una vez derrotado el imperialismo alemán y emprendida la desnazificación del país los imperialistas vencedores en la guerra no vieron otra salida para afrontar el siguiente conflicto con el socialismo que volver a poner en pie a ese imperialismo que acababa de ser derrotado. De ahí que solamente hubiese una auténtica desnazificación en el Este de Alemania, mientras que en el Oeste hubo que conformarse con el juicio a la cúpula nazi en Núremberg. Pero el resto del aparato nazi fue reciclado. Unos encontraron cómodos puestos en la NASA, mientras que otros fueron empleados en las labores de espionaje y sabotaje contra los países socialistas. También quedó intacta la base económica del nazismo, las grandes corporaciones capitalistas alemanas, que solo fueron confiscadas en la parte Oriental, donde triunfaron las fuerzas socialistas y consecuentemente democráticas.

Vemos, por tanto, que no hay nada de democrático ni mucho menos de social en el origen de la Unión Europea. Su origen es pura y simplemente imperialista. Por eso carecen de sentido los llamados “por una Europa social y democrática”. Los derechos sociales y democráticos existieron (y de aquella manera, además) porque existía una amenaza para la supervivencia del capitalismo, encarnada en el campo socialista y el movimiento comunista. Una amenaza combinada con una onda de crecimiento económico y de la productividad con motivo de la reconstrucción de posguerra que permitió unos márgenes de ganancia capitalista suficientemente amplios como para permitir a los capitalistas hacer ciertas concesiones para aliviar la situación de la clase obrera y así alejarla de la revolución. Pero la contrarrevolución de 1989-1991 ha hecho desaparecer ese campo socialista, ha hecho desaparecer la amenaza. La crisis de sobreproducción, arrastrada desde los años 70, ya no puede ser contenida y no deja ningún margen al capital para realizar concesiones. Al contrario, le obliga a barrer las que ya hizo para poder continuar con su voracidad explotadora.

Hace unas semanas, y ante las denuncias de la cancillería rusa, se reunieron los antiguos secuaces estonios del nazismo, antiguos miembros de las SS, con el fin de glorificar su pasado criminal. Entre las denuncias rusas, se encuentra la pasividad con que la Unión Europea (ésa que tanto presume de defender la libertad y la democracia) tolera este tipo de mítines y encuentros de glorificación del nazi-fascismo.2 Pero no solo los veteranos estonios del Holocausto se atreven a levantar la cabeza en esta Unión Europea imperialista. Bien conocido es el auge que experimentan los partidos fascistas, especialmente en países como Grecia o Hungría donde incluso irrumpen con fuerza en el parlamento. Y todo ello sin que la UE mueva un solo dedo.
Sin embargo, esa misma Unión Europea no es tan pasiva a la hora de criminalizar e incluso promover la persecución de la memoria y la simbología de quienes fueron los auténticos enterradores del fascismo en Europa: los comunistas. En la Declaración de Praga, sucrita por el Parlamento Europeo, se dicen auténticas aberraciones, tales como la equiparación del comunismo con el nazismo y se llama a, su vez a organizar una especie de “Núremberg” contra los “crímenes comunistas”. Además, se insta a la revisión (sí, literalmente) de la historia para “advertir a los niños sobre los crímenes comunistas” del mismo modo con que se habría hecho lo propio con los crímenes nazis.3
Pero no todo queda en palabras. Los Estados miembros de la UE, especialmente los de los antiguos países socialistas de Europa del Este, han venido adoptando diversas medidas de represión abierta y descarada contra el movimiento comunista. En Polonia, en la República Checa, en Hungría y, por supuesto, en los países del Báltico, se prohíben, según los casos, desde la exhibición de la simbología comunista hasta la propia militancia comunista. Además, el desarrollo del “derecho” penal europeo mediante las “decisiones-marco” refuerza esta dinámica represora, definiendo toda voluntad de transformación social como “intenciones terroristas”, tal y como denuncia el seminario comunista internacional de Bruselas.4

Los ataques a los derechos democráticos se combinan y coordinan estrechamente con los ataques a los derechos sociales. La necesaria concentración y centralización de capitales que tiene el capitalismo como única salida a la actual crisis -o más bien como huída hacia delante- no puede realizarse actualmente de otra manera que no sea barriendo las conquistas históricas de las y los trabajadores. Se ataca a la educación, a la sanidad, a las pensiones e incluso al derecho al trabajo. Pero, como nadie se deja arrebatar lo suyo sin resistirse, ese proto-Estado imperialista europeo tiene que recurrir a las medidas represoras preventivas y a la demonización de lo único que ha aportado realmente luz y esperanza a las y los trabajadores en la lucha por sus derechos sociales y democráticos: el movimiento comunista. Porque esos derechos sociales que hoy están siendo barridos no habrían existido jamás sin la amenaza que supusieron el campo socialista y el movimiento comunista internacional para el dominio del imperialismo capitalista.
Se reprime implacablemente al comunismo y se tolera, o incluso se estimula, el auge del fascismo. Por eso, y siguiendo el espíritu de la cita que se reproduce al comienzo del artículo, los voceros europeos del capitalismo señalan como “demonios totalitarios” tanto al nazismo como al comunismo cuando su objetivo real es el segundo.

Notas
1Citado en Stalin. Historia y crítica de una leyenda negra. De Doménico Losurdo.
2Véase el artículo de RIA Novosti: http://sp.ria.ru/international/20130730/157671255.html
3Véase la Declaración de Praga: http://www.analitica.com/va/internacionales/document/3764088.asp La declaración, además, está firmada por personalidades que protagonizaron la contrarrevolución de 1989, como Vaclav Havel, además de por diversos representantes de organizaciones anticomunistas y por eurodiputados.

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