Parecía, en verdad, que el Apóstol iba a morir en el año de su Centenario, pero era solo una apariencia.
Bajo la infame penetración yanqui en todas las esferas y el régimen
oprobioso que se apoderó de Cuba en marzo del 52; la estrella de Martí
seguía ardiendo plena de limpieza y pulcritud, seguía llamando a la
guerra necesaria e inevitable.
El Maestro estaba vivo en el pueblo, en los hombres honrados y
dispuestos a mostrar con el ejemplo y con el sacrificio el camino a
seguir; en los jóvenes que junto a Fidel se preparaban en silencio para
la acción armada.
Aquel 26 de julio de 1953 fue el despertar, una generación de
gigantes sencillos no pidió honores ante la valentía sin límites y se
entregó sin condiciones de ninguna índole a la Patria para asumir su
compromiso con la historia.
Madrugada gloriosa en la heroica Santiago. Una insólita caravana de
autos rasgaba con sus luces la ciudad todavía No amanecida para
emprender una acción totalmente ajena a la festividad carnavalesca que
tenía lugar por aquella fecha.
Sus ocupantes, jóvenes intrépidos pertenecientes a lo mejor de la
generación del centenario martiano, protagonizarían el heroico asalto al
cuartel Moncada para promover el derrocamiento del régimen tiránico a
través del método de la lucha armada.
Las acciones en Santiago de Cuba contemplaban el ataque por sorpresa a
la segunda fortaleza militar del país en importancia. A cargo de esta
misión estaba un grupo de 90 hombres dirigidos personalmente por Fidel
como jefe del Movimiento.
La toma de otros dos edificios cercanos serviría de posiciones de
apoyo al asalto principal con vistas a contribuir al éxito de la
operación. El Palacio de Justicia, edificación más alta de la ciudad,
que permitía divisar desde su cima todas las instalaciones del Moncada,
sería tomado por un total de 10 compañeros bajo la dirección de Raúl
Castro.
Igualmente el hospital civil “Saturnino Lora”, cuyo asalto sería
ejecutado por un grupo de 21 combatientes comandados por Abel Santamaría
como segundo jefe del Movimiento.
La acción que se ponía en marcha la madrugada gloriosa del 26 de
julio sería, como afirmara nuestro máximo líder “el pequeño motor que
ayudaría a arrancar el motor grande”.
Los jóvenes de la generación del centenario hicieron suyas las
palabras de Fidel en vísperas de la acción y marcharon al combate para
que la Patria fuera libre.
“Compañeros: Podrán vencer dentro de unas horas, o ser vencidos.
Pero de todas maneras – óiganlo bien, compañeros- este movimiento
triunfará. Si vencen mañana se hará pronto lo que aspiró Martí. Si
ocurre lo contrario, el gesto servirá de ejemplo al pueblo de Cuba y de
ese propio pueblo saldrán otros jóvenes a tomar la bandera y seguir
adelante”.
Muchos de los jóvenes fueron asesinados y masacrados. Abel Santamaría
y otros integrantes del grupo fueron capturados, torturados y
asesinados en el cuartel el propio día 26. Así entregaba su vida por la
causa revolucionaria “el más generoso, querido e intrépido de nuestros
jóvenes, cuya gloriosa resistencia lo inmortalizó ante la Historia de
Cuba”.
En las acciones de aquel día y pese a la desigual contienda, las
bajas de la tiranía habían sido doblemente superiores a la de los
combatientes del movimiento; por eso el tirano indignado desató una
brutal y sanguinaria represión contra los detenidos y la soldadesca mató
y asesinó valiosos jóvenes durante una semana.
Pero en rigor, tal como había anticipado Fidel, el pequeño motor no
había fallado. Una de sus chispas engendraría después los sucesos del
Granma, gestores de la epopeya de la Sierra Maestra como senda segura
hasta la victoria final.
Se cumplía una vez más el acertado pensamiento martiano:”Ningún
mártir muere en vano ni ninguna idea se pierde en el ondular y en el
revolverse de los tiempos. La alejan o la acercan, pero siempre queda en
la memoria de haberla visto pasar”.
A 61 años de aquella gesta, con gratitud y amor, Cuba continúa
levantando como banderas de victoria, los nombres de los caídos en el
Moncada. Ellos siguen vivos en el recuerdo, en la obra creadora y en
cada una de las batallas actuales que libra nuestro pueblo.
Por Grisel Chirino Martínez
Tomado de: cadenahabana
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