Para no exponer a la cárcel, torturas y muerte a quienes aparecían en sus fotos y salvaguardarlas de la sangrienta represión, el periodista Fernando Velo, tras cubrir las primeras horas del golpe militar en las afueras del palacio presidencial,por la noche, el 11 de septiembre de 1973, sin decir nada a nadie, ni siquiera a su familia, escondió todos sus archivos fotográficos dentro de unos tambores de aceite, enterrándolos en unos hoyos que cavó con sus propias manos en el patio de su casa. Después de varios años, a punta de sudor y lágrimas, las rescata y las hace viajar a Estados Unidos, donde reside desde 1976.
periodismohumano
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Myriam Carmen Pinto (Santiago de Chile) · GritoGrafías
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Fotografías de Fernando Velo
Era una colección de alrededor de 23 mil negativos, mayoritariamente
inéditos, que empieza a recuperar poco a poco, tras revelar el secreto
de los tambores clandestinos a su hermano menor, pero desafortunadamente
sus esfuerzos no prosperan según lo planificado. Los archivos que
habían logrado sobrevivir, venciendo al paso de los años, la humedad y
las lluvias no superan las barreras policiales que se suceden en los
aeropuertos. En México, le requisan cerca de 20 mil negativos a una
persona de su máxima confianza que se los llevaba a Los Ángeles, Estados
Unidos, donde llega en 1976 como refugiado político, después de
permanecer un año y medio exiliado en Perú. En vano hizo lo posible e
imposible para encontrarlos. Nunca supo dónde fueron a parar.
Las fotos registraban los mil días del gobierno de la Unidad Popular, lo
que sucedió en Chile entre 1970 y 1973, el pueblo movilizado a su sueño
por un país sin explotadores, ni explotados; la temperatura psicológica
de una utopía; un registro lograda desde el corazón mismo de la
revolución puesta en marcha fruto de su trabajo como integrante del pool
del equipo gráfico de la editorial Quimantú, fotógrafo oficial de las
brigadas muralistas, Ramona Parra, de la Organización Nacional del
Servicio Voluntario (ONSEV) de la Secretaría Nacional de la Juventud y
colaborador de la revista, “Claridad” de la Federación de
Estudiantes de Chile, FECH.
Recuperando una décima parte, algunas universidades norteamericanas le
han ofrecido comprar este valioso material. No obstante, él no ha
querido embarcarse en ninguna propuesta porque considera que sus fotos
constituyen un patrimonio que pertenece al pueblo chileno y a las nuevas
generaciones para que puedan conocer la obra y vigencia del compañero
presidente Salvador Allende, y no se dejen llevar por los discursos de
los gestores e ideólogos del golpe militar, y sus propósitos de
silenciar la verdad.
En la primera fila de la noticia
La mañana del 11 de septiembre de 1973, Fernando
Velo, se levantó temprano, pero no fue como lo hacía de costumbre a la
universidad, donde estudiaba Historia y Geografía y realizaba su tesis
de grado en Periodismo, dos carreras simultáneas ya que un año antes
había dejado de cursar Derecho por falta de tiempo. Por entonces la
educación era pública y gratuita.
A primera hora, escuchando la radioemisora Corporación en un equipo
portátil que tenía bajo su almohada, oyó decir que algo sucedía en La
Moneda, y que Carabineros había establecido un cerco en torno a ella.
Presintiendo, pues recuerda había una cierta clave que sería propalada
al aire en caso de un levantamiento militar, se puso su terno y camisa
blanca, que por lo general no solía vestir, prepara su credencial de
periodista, sus dos cámaras; una vieja Nikon de visión directa y una
Zenith rusa réflex, y se dirige al palacio presidencial.
Ese día, el tránsito estaba disminuido, pero logra subirse a
una liebre, encontrándose allí con un amigo, quién le informa el
alzamiento de la Armada, la sublevación de un sector de la marinería, y
que algunos barcos de la Operación Unitas, habían regresado a
Valparaíso. Esta alerta no fue impedimento para que siguiera hacia donde
pensaba y creía tenía que estar.
Bajándose del vehículo, una cuadra antes de
llegar, caminando, desde el paradero más cercano,Carabineros impedía el
paso de los transeúntes hacia las calles aledañas al barrio cívico. A
él lo dejan pasar, luego que constatan su maletín lleno de rollos
fotográficos y sus dos cámaras de fotos. Eran las ocho de la mañana con
apenas un par de minutos.
Al llegar a la Plaza de la Constitución, se suma de inmediato a los
casi 20 periodistas, reporteros gráficos, entre ellos camarógrafos de
canal 13, Televisión Nacional, y un grupo de corresponsales
extranjeros. Poco antes, el Presidente Allende, había salido a uno de
los balcones a ver el ambiente exterior.
Cerca de las nueve de la mañana, fotografía la llegada de un
microbús de Carabineros que se estaciona frente a la puerta del edificio
de la Intendencia mientras sacan con las manos en alto a unas quince
personas. A lo lejos, reconoce que era un equipo del GAP (Grupo de
Amigos Personales) que había intentado llegar a La Moneda para reforzar a
la guardia personal del presidente. A todos, los llevan presos.
La confusión de lo que acontecía era tan grande que algunos
periodistas decían maliciosamente que los detenían por intentar robar en
las tiendas del comercio. Hasta este momento nadie dimensionaba la
tragedia.
A continuación se produce una balacera, cuyos primeros
disparos procedían de una ametralladora de uno de los tanques militares
que abría fuego situado en la calle Morandé. Entonces, en medio del
fuego cruzado, los equipos de prensa buscan resguardo,
parapetándose entre los árboles y arbustos, donde permanecen hasta cerca
de las diez de la mañana cuando carabineros en un intento de
resguardarles su seguridad física los invita a guarecerse en el sótano
de la plaza, donde funcionaba el Servicio de Investigaciones de
Accidentes de Tránsito (SIAT).
Estando allí, uno de los camarógrafos filma a un tanque que se
detuvo frente a la entrada del SIAT para informar un incendio en uno de
los pisos superiores del Hotel Carrera. Fue el detonante para que el
oficial les impidiera seguir laborando, decomisándoles sus cámaras,
grabadoras y filmadoras. Fernando dice, que a raíz de esto, le aconsejó
no destruir el material gráfico porque “pasara lo que pasara, todo eso
era parte de la historia de Chile”.
También recuerda que antes de entrar a los sótanos de la plaza divisa
en el perímetro a los tres tanques Sherman que disparaban sus
ametralladoras contra el palacio de Gobierno. Dice que eran unos
armatostes de la Segunda Guerra Mundial que Estados Unidos había donado
al ejército chileno como parte de la renovación de material bélico, y a
los aviones Hawker Hunter, sobrevolando.
Más o menos, a las 10:45 horas, alrededor de cuarenta carabineros
ingresan al subterráneo. Era el contingente de la guardia presidencial a
cargo de la seguridad y defensa del palacio. Medía hora después, como a
las 11:15, una vez que se sabía con certeza que el bombardeo aéreo se
iniciaría al mediodía, un oficial les comunica a viva voz a los
periodistas que pueden irse, aprovechando una tregua previa a los
ataques por aire y tierra.
Al salir les devuelven los equipos, y escoltados por los uniformados
armados con fusiles, SIC, los llevan a las puertas del edificio
del Congreso, donde los dejan libres, y a su propia suerte.
Ahora convencido de que había que marcharse porque ya nada más podía
hacer, Fernando Velo, poco antes de despedirse de los corresponsales
extranjeros, con quienes reporteó las primeras horas del golpe militar,
entrega sus rollos fotográficos a un periodista de la revista mexicana
“Siempre”, y a unos argentinos que trabajaban para la televisión sueca.
Nunca conoció el destino de aquellas gráficas.
Pasado el mediodía, el palacio de La Moneda en llamas, con un
sentimiento de total frustración por el desigual combate que tenía
lugar, con su cámara en mano, camina solo, bordeando el Mapocho.
Fotografía los murales que habían pintado las Brigadas Ramona Parra en
los murallones del río, las paredes con rayados de la Unidad Popular; el
arte gráfico que encontró al costado del lecho, y en las cercanías del
Parque Forestal.
Este último registro se lo requisa un capitán del batallón que había
cercado la Plaza Italia. Indagando su bolso fotográfico encuentra que
había guardado varios cartuchos vacíos punto cincuenta que recogió como
recuerdo en la calle Agustinas y Morandé, tras los disparos de los
tanques militares. Tenía 24 años.
Cada momento, una historia
Fernando Velo llega al periodismo atraído por el mundo de las
fotografías y las circunstancias fortuitas que le permitieron situarse
propiamente en la primera fila de la noticia. En 1971, en la
universidad, su profesor de fotografía, Domingo Ulloa, fotógrafo y
docente que había sido asistente de Antonio Quintana, y en más de una
ocasión trabajó junto a Sergio Larraín, lo expulsó de la sala de
clases, argumentando que “un profesor no podía enseñar a otro profesor”.
“O se va usted o me voy yo”, le dijo.
Puestas así las cosas, sin nada más que hacer, abandonó la sala con
sus ojos llenos de lágrimas, sellando la promesa de meterse de lleno al
arte de la fotografía, sus técnicas de iluminación, encuadres, y
procesos de revelados.
Negativos originales
Había finalizado el primer curso con muy buenas notas y a modo de
premio, un profesor de ingles, que recuerda como el famoso “Pito” y
otro de Historia, lo contactaron para que dictara clases gratuitas de
fotografía en el Instituto Chileno Checoslovaco de Cultura. Pese a que
sentía que aún no contaba con las “credenciales propias” acepta el
desafío porque le explicaron era un trabajo de índole político.
Constatando su tesón, Mario Planet, decano de la Facultad de
Comunicación y Periodismo de la Universidad de Chile, lo envía
a realizar su práctica profesional en la Editorial Quimantú, (Sol de
sabiduría, en lengua mapuche), recién nacionalizada por el presidente
Allende, en el marco de sus lineamientos programáticos que consideraban a
la cultura y la información como una herramienta de cambio social y
concientización de sujetos sociales libres, críticos y autónomos.
Integrándose al equipo de doce reporteros gráficos que trabaja en
Quimantú bajo la dirección del fotógrafo argentino, Juan Domingo Politi,
Fernando parte cubriendo noticias del quehacer deportivo y en el
curso de pocas semanas lo integran a trabajar codo a codo en tareas
informativas de índole política, cultural y de carácter comunitario. Al
finalizar 1971, el profesor Ulloa le otorgó una nota cinco sin que él
hubiese terminado el curso que impartía.
Quimantú fue una editorial que edita en menos de dos años cerca de
quince millones de libros y publicaciones especiales que vendían a muy
bajo precio. Fernando conserva como tesoro su colección. Forman parte de
su preciada biblioteca que sigue viva e intacta en Estados Unidos. Y es
que también los escondió dentro de los tambores bajo tierra,
salvándolos de la hoguera y la editorial clausurada.
Tras el golpe militar, se quedó en Chile. Trabajaba como profesor de
Historia y Geografía en el Liceo 18 de Niñas, en el Liceo Nocturno
“Federico Hansen”, y en el Colegio Compañía de María. Entre octubre de
1973 y mediados de 1974, los militares lo apresaron en tres
oportunidades. La primera vez fue delatado por una alumna y después por
un grupo de padres y apoderados que anónimamente lo acusaron de hacer
proselitismo político y pronunciarse públicamente en contra de la Junta
Militar.
Emprendiendo por la memoria histórica
Desde 1980 trabaja como editor en el diario Azteca News”, que se
publica en California dirigido a la comunidad latinoamericana. Su gran
sueño y proyecto personal es montar una muestra fotográfica a nivel
masivo a lo largo de Chile. Mientras tanto, digitaliza sus archivos, y
sumándose a los innumerables esfuerzos por recuperar la memoria
colectiva, ha decidido sacarlas a la luz, y ponerlas paulatinamente a
disposición de quienes quieran verlas en Youtube, en las redes sociales,
e invitaciones que realiza de manera más selectiva.
Las fotografías de la Unidad Popular no mueren ni morirán. El escrutinio
ya es público. Las fotografías que la noche del 11 de septiembre de
1973 fueron ocultas bajo tierra, a 40 años de la tragedia resignifican
un testimonio viviente de una hazaña revolucionaria reconocida
internacionalmente. En Chile, esperan con los brazos abiertos el arribo
de esta colección, y con ella dos nuevos ojos observadores.
Fotografías Fernando Velo en Los Angeles, Estados Unidos.
http://periodismohumano.com/
Recuperando una décima parte, algunas universidades norteamericanas le han ofrecido comprar este valioso material. No obstante, él no ha querido embarcarse en ninguna propuesta porque considera que sus fotos constituyen un patrimonio que pertenece al pueblo chileno y a las nuevas generaciones para que puedan conocer la obra y vigencia del compañero presidente Salvador Allende, y no se dejen llevar por los discursos de los gestores e ideólogos del golpe militar, y sus propósitos de silenciar la verdad.
En la primera fila de la noticia
La mañana del 11 de septiembre de 1973, Fernando Velo, se levantó temprano, pero no fue como lo hacía de costumbre a la universidad, donde estudiaba Historia y Geografía y realizaba su tesis de grado en Periodismo, dos carreras simultáneas ya que un año antes había dejado de cursar Derecho por falta de tiempo. Por entonces la educación era pública y gratuita.
A primera hora, escuchando la radioemisora Corporación en un equipo portátil que tenía bajo su almohada, oyó decir que algo sucedía en La Moneda, y que Carabineros había establecido un cerco en torno a ella. Presintiendo, pues recuerda había una cierta clave que sería propalada al aire en caso de un levantamiento militar, se puso su terno y camisa blanca, que por lo general no solía vestir, prepara su credencial de periodista, sus dos cámaras; una vieja Nikon de visión directa y una Zenith rusa réflex, y se dirige al palacio presidencial.
Ese día, el tránsito estaba disminuido, pero logra subirse a una liebre, encontrándose allí con un amigo, quién le informa el alzamiento de la Armada, la sublevación de un sector de la marinería, y que algunos barcos de la Operación Unitas, habían regresado a Valparaíso. Esta alerta no fue impedimento para que siguiera hacia donde pensaba y creía tenía que estar.
Bajándose del vehículo, una cuadra antes de
llegar, caminando, desde el paradero más cercano,Carabineros impedía el
paso de los transeúntes hacia las calles aledañas al barrio cívico. A
él lo dejan pasar, luego que constatan su maletín lleno de rollos
fotográficos y sus dos cámaras de fotos. Eran las ocho de la mañana con
apenas un par de minutos.
Al llegar a la Plaza de la Constitución, se suma de inmediato a los
casi 20 periodistas, reporteros gráficos, entre ellos camarógrafos de
canal 13, Televisión Nacional, y un grupo de corresponsales
extranjeros. Poco antes, el Presidente Allende, había salido a uno de
los balcones a ver el ambiente exterior.A continuación se produce una balacera, cuyos primeros disparos procedían de una ametralladora de uno de los tanques militares que abría fuego situado en la calle Morandé. Entonces, en medio del fuego cruzado, los equipos de prensa buscan resguardo, parapetándose entre los árboles y arbustos, donde permanecen hasta cerca de las diez de la mañana cuando carabineros en un intento de resguardarles su seguridad física los invita a guarecerse en el sótano de la plaza, donde funcionaba el Servicio de Investigaciones de Accidentes de Tránsito (SIAT).
Estando allí, uno de los camarógrafos filma a un tanque que se detuvo frente a la entrada del SIAT para informar un incendio en uno de los pisos superiores del Hotel Carrera. Fue el detonante para que el oficial les impidiera seguir laborando, decomisándoles sus cámaras, grabadoras y filmadoras. Fernando dice, que a raíz de esto, le aconsejó no destruir el material gráfico porque “pasara lo que pasara, todo eso era parte de la historia de Chile”.
También recuerda que antes de entrar a los sótanos de la plaza divisa en el perímetro a los tres tanques Sherman que disparaban sus ametralladoras contra el palacio de Gobierno. Dice que eran unos armatostes de la Segunda Guerra Mundial que Estados Unidos había donado al ejército chileno como parte de la renovación de material bélico, y a los aviones Hawker Hunter, sobrevolando.
Más o menos, a las 10:45 horas, alrededor de cuarenta carabineros ingresan al subterráneo. Era el contingente de la guardia presidencial a cargo de la seguridad y defensa del palacio. Medía hora después, como a las 11:15, una vez que se sabía con certeza que el bombardeo aéreo se iniciaría al mediodía, un oficial les comunica a viva voz a los periodistas que pueden irse, aprovechando una tregua previa a los ataques por aire y tierra.
Al salir les devuelven los equipos, y escoltados por los uniformados armados con fusiles, SIC, los llevan a las puertas del edificio del Congreso, donde los dejan libres, y a su propia suerte.
Ahora convencido de que había que marcharse porque ya nada más podía hacer, Fernando Velo, poco antes de despedirse de los corresponsales extranjeros, con quienes reporteó las primeras horas del golpe militar, entrega sus rollos fotográficos a un periodista de la revista mexicana “Siempre”, y a unos argentinos que trabajaban para la televisión sueca. Nunca conoció el destino de aquellas gráficas.
Pasado el mediodía, el palacio de La Moneda en llamas, con un sentimiento de total frustración por el desigual combate que tenía lugar, con su cámara en mano, camina solo, bordeando el Mapocho. Fotografía los murales que habían pintado las Brigadas Ramona Parra en los murallones del río, las paredes con rayados de la Unidad Popular; el arte gráfico que encontró al costado del lecho, y en las cercanías del Parque Forestal.
Este último registro se lo requisa un capitán del batallón que había cercado la Plaza Italia. Indagando su bolso fotográfico encuentra que había guardado varios cartuchos vacíos punto cincuenta que recogió como recuerdo en la calle Agustinas y Morandé, tras los disparos de los tanques militares. Tenía 24 años.
Cada momento, una historia
Fernando Velo llega al periodismo atraído por el mundo de las fotografías y las circunstancias fortuitas que le permitieron situarse propiamente en la primera fila de la noticia. En 1971, en la universidad, su profesor de fotografía, Domingo Ulloa, fotógrafo y docente que había sido asistente de Antonio Quintana, y en más de una ocasión trabajó junto a Sergio Larraín, lo expulsó de la sala de clases, argumentando que “un profesor no podía enseñar a otro profesor”. “O se va usted o me voy yo”, le dijo.
Puestas así las cosas, sin nada más que hacer, abandonó la sala con sus ojos llenos de lágrimas, sellando la promesa de meterse de lleno al arte de la fotografía, sus técnicas de iluminación, encuadres, y procesos de revelados.
Negativos originales |
Constatando su tesón, Mario Planet, decano de la Facultad de Comunicación y Periodismo de la Universidad de Chile, lo envía a realizar su práctica profesional en la Editorial Quimantú, (Sol de sabiduría, en lengua mapuche), recién nacionalizada por el presidente Allende, en el marco de sus lineamientos programáticos que consideraban a la cultura y la información como una herramienta de cambio social y concientización de sujetos sociales libres, críticos y autónomos.
Integrándose al equipo de doce reporteros gráficos que trabaja en Quimantú bajo la dirección del fotógrafo argentino, Juan Domingo Politi, Fernando parte cubriendo noticias del quehacer deportivo y en el curso de pocas semanas lo integran a trabajar codo a codo en tareas informativas de índole política, cultural y de carácter comunitario. Al finalizar 1971, el profesor Ulloa le otorgó una nota cinco sin que él hubiese terminado el curso que impartía.
Quimantú fue una editorial que edita en menos de dos años cerca de quince millones de libros y publicaciones especiales que vendían a muy bajo precio. Fernando conserva como tesoro su colección. Forman parte de su preciada biblioteca que sigue viva e intacta en Estados Unidos. Y es que también los escondió dentro de los tambores bajo tierra, salvándolos de la hoguera y la editorial clausurada.
Tras el golpe militar, se quedó en Chile. Trabajaba como profesor de Historia y Geografía en el Liceo 18 de Niñas, en el Liceo Nocturno “Federico Hansen”, y en el Colegio Compañía de María. Entre octubre de 1973 y mediados de 1974, los militares lo apresaron en tres oportunidades. La primera vez fue delatado por una alumna y después por un grupo de padres y apoderados que anónimamente lo acusaron de hacer proselitismo político y pronunciarse públicamente en contra de la Junta Militar.
Emprendiendo por la memoria histórica
Desde 1980 trabaja como editor en el diario Azteca News”, que se publica en California dirigido a la comunidad latinoamericana. Su gran sueño y proyecto personal es montar una muestra fotográfica a nivel masivo a lo largo de Chile. Mientras tanto, digitaliza sus archivos, y sumándose a los innumerables esfuerzos por recuperar la memoria colectiva, ha decidido sacarlas a la luz, y ponerlas paulatinamente a disposición de quienes quieran verlas en Youtube, en las redes sociales, e invitaciones que realiza de manera más selectiva.
Las fotografías de la Unidad Popular no mueren ni morirán. El escrutinio ya es público. Las fotografías que la noche del 11 de septiembre de 1973 fueron ocultas bajo tierra, a 40 años de la tragedia resignifican un testimonio viviente de una hazaña revolucionaria reconocida internacionalmente. En Chile, esperan con los brazos abiertos el arribo de esta colección, y con ella dos nuevos ojos observadores.
Fotografías Fernando Velo en Los Angeles, Estados Unidos.
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