Fundación del PCU
La fundación del PARTIDO COMUNISTA DE URUGUAY
Etapas de su formación ideológica y orgánica[1]
(…) El Partido Comunista del Uruguay nació en la aurora de la Revolución de Octubre
La Revolución de Octubre, a cuyo influjo nacieron tantos Partidos
obreros del mundo, iluminó también el nacimiento de nuestro Partido.
Cuando Lenin escribía en 1895 su artículo acerca de la muerte de
Federico Engels, se marcaba el filo de dos épocas. Finalizaba entonces
el siglo XIX, registrando los fenómenos de un cambio cualitativo en las
formas del capitalismo: los poderosos monopolios configuran una nueva
fase de la sociedad capitalista, el imperialismo, la última forma
histórica del viejo sistema y la víspera cierta, -el preludio, lo llama
Lenin- de la revolución socialista.
Se acercaba a su fin: por otra parte, el período -que se inició con la
derrota de la Comuna de París- de desarrollo "pacífico" del movimiento
obrero, durante el cual en los países capitalistas se forman grandes
partidos proletarios de base socialista, que aprenden a utilizar el
parlamentarismo burgués y que desarrollan ampliamente las organizaciones
de masas; período en que la doctrina de Marx triunfa y se va
extendiendo, pero en el cual, al mismo tiempo, surgen las tendencias
revisionistas que niegan o disminuyen el papel de vanguardia del
proletariado, y renuncian a sus objetivos finales, la dictadura del
proletariado y el socialismo, revisionismo que niega la lucha de clases y
el carácter de clase del Estado: que reniega de la unidad monolítica y
de la disciplina del Partido.
El aldabonazo de la revolución rusa de 1905 abre un nuevo período
revolucionario en que nuevas tareas surgen para el movimiento obrero,
nuevos problemas a resolver, tanto en la estrategia y en la táctica como
en la organización del Partido proletario. En el filo de los dos
siglos, en el país hacia el cual se trasladaba el centro de la tempestad
revolucionaria, surge la figura de Lenin, el discípulo de Marx y
Engels, el continuador, el constructor del Partido de nuevo tipo, capaz
de responder a las exigencias planteadas por la nueva época; Lenin, que
recogiendo de manos de Marx y Engels la antorcha de la ideología
proletaria, oscurecida y cubierta por las cenizas del oportunismo
dominante en la II Internacional, reanimó su llama revolucionaria y con
ella alumbró los nuevos caminos de la clase obrera en el mundo.
El comienzo del desarrollo capitalista en el Uruguay, el alambrado de
los campos y la orientación de la producción ganadera para el mercado
mundial, la penetración de los primeros capitales británicos, que nos
lleva a la condición inicial de país dependiente del imperialismo
inglés, traen aparejado la organización sindical y las primeras pugnas
del proletariado nacional, allá por los años de 1870. Y también aparecen
las luchas de tendencias ideológicas en el movimiento obrero por un
lado el anarquismo, fuerza dominante por entonces, y por otro el
socialismo, que ayudaron a difundir obreros inmigrantes españoles e
italianos, que habían participado en las luchas de la I Internacional
dirigida por Marx. En los primeros años del siglo XX, los socialistas
empezaron a fundar sus organizaciones independientes, constituyéndose
definitivamente en 1910 como Partido político de la clase obrera.
La formación del Partido Socialista, aunque no tuviera una definición
ideológica terminante, constituye un acontecimiento de importancia en la
historia de nuestro país. Lo subrayaba el hecho de que, en esos
momentos, la burguesía nacional, dirigida por Batlle y Ordóñez, llegaba
al poder y procuraba supeditar ideológicamente al proletariado bajo las
banderas del nacional-reformismo. El abandono de la lucha política por
los anarquistas facilitaba a la burguesía nacional este trabajo.
Sin embargo, el Partido Socialista no tenía una definición marxista
clara. A pesar de que muchos de sus integrantes son revolucionarios,
algunos dirigentes traen a su seno las ideas del revisionismo
bernsteineano, importadas al Río de la Plata por el socialista argentino
Juan B. Justo: rebajamiento de los objetivos finales del proletariado,
prédica de la colaboración de clases, negación de la teoría económica de
Marx, del materialismo dialéctico y de la teoría del Estado. El
manifiesto inaugural del Partido refleja una posición reformista;
"gradualista" la llaman sus autores.
La guerra de 1914-18, la quiebra política de la II Internacional, la
Revolución Rusa y la fundación en 1919 de la III Internacional,
provocaron el inevitable deslinde de oposiciones en el seno del Partido
Socialista. La mayoría del Partido se pronunció contra la guerra
imperialista y en apoyo a la Revolución, mientras que el ala reformista
se embanderaba con los aliados imperialistas. Las 21 Condiciones para el
ingreso a la III Internacional constituyeron la piedra de toque para
distinguir a los revolucionarios de los oportunistas, eran la base de
principios para la formación de verdaderos Partidos revolucionarios de
la clase obrera. Más que una comprensión teórica cabal, decide la
batalla en el seno del Partido, el prestigio de la Revolución Rusa, la
audacia revolucionaria de los "bolcheviques", que despierta la
admiración y el afecto de los militantes del movimiento obrero uruguayo.
Al mismo tiempo, la clase obrera, radicalizada y sacudida por el
resplandor de la Revolución de Octubre, desataba grandes huelgas en el
Puerto, en los frigoríficos, en el transporte y en diversas industrias
de Montevideo y en varias localidades del interior.
En esas condiciones, en septiembre de 1920, la mayoría del Partido
Socialista resuelve adherir a la III Internacional y cambiar su nombre
por el de Partido Comunista. El Partido eligió así la senda del
marxismo, la senda de Lenin, la senda de la Revolución Rusa. Eligió la
ruta revolucionaria de la clase obrera y no el camino del reformismo
pequeño- burgués.
Era un paso decisivo. Pero la construcción de un Partido
revolucionario, tal como lo quería Lenin, pertrechado con la teoría del
marxismo-leninismo, organizado según los principios del centralismo
democrático, estrechamente vinculado a las masas proletarias y
populares, no se resolvía ni podía resolverse en ese Congreso inicial.
La lucha por la formación del Partido leninista es todo un proceso que
comprende determinadas etapas, que requiere que las masas y el Partido
hagan su propia experiencia política, que implica la formación de sus
cuadros y la forja de su dirección. Ese proceso es, en síntesis, la
lucha por el leninismo en nuestro país, lucha en la que sigue empeñado
nuestro Partido; esta lucha prosiguió en cada giro histórico en una
etapa superior y cuyo nuevo impulso luego del XX Congreso del P.C.U.S.
contribuirá a la maduración del movimiento comunista en el país.
IV- Cuatro etapas en la formación ideológica y orgánica de nuestro Partido
La historia de nuestro Partido, desde el punto de vista de su formación
puede dividirse a primera vista en cuatro etapas. En cada una de ellas,
el Partido ha cometido errores, pero en lo sustancial, aún a través de
los zigs-zags de su marcha, ha avanzado en su proceso ideológico y en
una más ajustada comprensión de sus grandes tareas nacionales. Ello fue
posible, aun en las horas de crisis, porque a todos estos períodos los
une un rasgo común, la acendrada valoración en el Partido del papel
histórico de la revolución rusa y de la obra señera del gran Partido que
formara Lenin.
El primer período abarca desde la fundación del Partido hasta
el VII Congreso de la Internacional Comunista. Es este un período de
formación y, en cierto modo, de definición del Partido como Partido
Comunista, de precisión de su ideología marxista y de sus formas de
organización comunistas.
Tres peculiaridades nacionales subrayan la importancia de este deslinde
de posiciones: a) la poderosa influencia ideológica del batllismo que,
utilizando una activa demagogia y una intensa prédica nacional
reformista, procuraba lograr la hegemonía política de la burguesía
nacional sobre las masas, minar la independencia de la clase obrera y
negar la necesidad de un Partido proletario; b) la importancia que
tiene en el Uruguay -como en otros países latinoamericanos- la pequeña
burguesía universitaria que reivindicaba una posición dirigente en el
proceso social; c) la reconstrucción del Partido Socialista, entonces
una fuerza cerradamente anticomunista y de derecha.
La inmadurez del Partido, su conocimiento fragmentario de las tesis
leninistas acerca de la revolución en los países coloniales y
dependientes, la necesidad de definir con el oportunismo socialdemócrata
la esencia revolucionaria del marxismo, lo incapacitaba para llevar a
cabo la más difícil tarea: la política de "unidad y lucha", es decir, de
educación del proletariado como fuerza independiente que brega por su
hegemonía y procura desarrollar su Partido, pero que, a la vez, busca
aliados en el campo, en la pequeño-burguesía y en la burguesía nacional
frente al imperialismo y a los terratenientes semi-feudales.
El reducido peso específico del proletariado y el gran peso político de
la burguesía nacional (el batllismo de entonces) ensanchaban las
dificultades. El Partido cae así, en el verbalismo revolucionario, en un
infantilismo izquierdista, que hoy es fácil de advertir.
No hay una correcta definición del carácter de nuestra etapa
revolucionaria y, por ende, no hay una comprensión del papel dirigente
del proletariado al frente del conjunto de las capas populares; el
Partido esgrime, agita y trasplanta mecánicamente consignas
correspondientes a otras etapas y situaciones revolucionarias,
aislándose sectariamente de las amplias masas.
No obstante, a pesar de estos errores, sería incurrir en
superficialidad y jactancia si se formulara sólo negativamente esta
etapa. El proceso de deslinde del Partido fue necesario; además, el
Partido difunde entonces, aunque en forma fragmentaria, el marxismo;
hace conocer obras fundamentales como "El Estado y la Revolución", "La
revolución proletaria y el renegado Kautsky" y "El imperialismo, fase
superior del capitalismo" de Lenin, que contribuyen a formar cuadros en
el movimiento obrero y una conciencia antiimperialista de base
científica en nuestro país. Pero, lo que es fundamental, el Partido hace
penetrar profundamente la idea del internacionalismo proletario y su
expresión concreta: la divulgación del significado de la Revolución de
Octubre y la defensa de la Unión Soviética, la solidaridad combativa
hacia el país del socialismo. A lo largo de este período, que fue de
duros combates, a veces de heroísmo, el Partido procura estructurarse,
en lo fundamental, de acuerdo a los principios del centralismo
democrático, desfigurados muchas veces sin duda de manera sectaria y
forja a sus cuadros en un estilo de lucha combativo y que no vacila ante
la necesidad del sacrificio.
En síntesis, fue un período de afirmación de las cualidades del Partido
que contribuyó en no pequeña medida, a asegurar la existencia y la
continuidad del Partido en todas las circunstancias posteriores, a
pesar del atraso ideológico, del sectarismo y del infantilismo de su
actuación.
El segundo período va desde el VII Congreso de la
Internacional Comunista hasta la derrota del nazismo en la Segunda
Guerra Mundial. Los pueblos comienzan a comprender la gravedad del
peligro que entrañaba el nazi-fascismo. La lucha contra el fascismo
recorre el mundo; se forman los Frentes Populares en Francia, en España,
en Chile; el pueblo español, con el apoyo solidario de las fuerzas
democráticas de todo el mundo, defiende con las armas en la mano la
democracia y la libertad amenazadas por los fascistas.
El VII Congreso significó un poderoso impulso a todo el movimiento
comunista mundial, dio un envión gigantesco a la lucha de los pueblos.
Al esclarecer algunos aspectos esenciales de la táctica leninista, la
concentración del fuego sobre el enemigo fundamental, la necesidad para
el proletariado de rodearse de aliados, de acuerdo a cada etapa de la
lucha, al insistir en la distinción planteada por Lenin en el II
Congreso de la Internacional Comunista entre el carácter de la
revolución en los países imperialistas y en los países coloniales y
dependientes, el VII Congreso ayudó mucho a nuestro Partido a avanzar en
una comprensión más rica y profunda del leninismo y a una valoración
más acabada de sus tareas respecto a la realidad social y política del
país.
El Partido definió mejor el carácter de nuestra revolución, hizo una
valoración más exacta de los aliados del proletariado; el campesinado y
las capas medias, y comprendió mejor el papel de la burguesía nacional;
barrió las concepciones sectarias anteriores en cuanto a la democracia
burguesa y realzó el interés que tiene el proletariado en defenderla
frente al fascismo. El Partido se empeñó en llevar estas ideas a la
práctica. El Partido denuncia combativamente el carácter de la amenaza
fascista y a él se debe la profundidad con que caló en nuestro pueblo el
sentimiento antifascista. Un grupo importante de militantes de nuestro
Partido combate en la guerra española y muere en sus trincheras. El
Partido encabeza y es organizador principal del vasto movimiento popular
de solidaridad con la República Española, que fue importante escuela
política para nuestro pueblo. El Partido actúa en primera fila en la
lucha contra la dictadura de Terra, impulsa la unidad de los partidos
opositores, logrando en este camino algunos éxitos importantes; el
Partido se convierte de este modo en un factor del restablecimiento de
la democracia en el país. Al producirse la agresión nazi a la URSS, el
Partido contribuye a levantar el amplio movimiento de ayuda a la Unión
Soviética y sus aliados en la guerra, el más grande movimiento de masas
en la historia nacional. La elevación vertical del prestigio de la URSS
entre las masas determina que se reanuden con ella las relaciones
diplomáticas que habían sido rotas por Terra. Al mismo tiempo, durante
todo este periodo, la organización y lucha independientes del
proletariado se desarrollan con amplitud; se funda la Unión General de
Trabajadores, (UGT), que congrega en su seno a gran parte de la clase
obrera.
Todo esto atestigua que el Partido había superado en gran medida sus
errores sectarios anteriores y tomaba el camino de las masas. El Partido
crece considerablemente, logra importantes éxitos electorales y mejora
su composición de clase. Sin embargo, el Partido no realiza una
revisión ideológica verdaderamente profunda y cae en nuevos errores,
esta vez fundamentalmente de derecha. En el Partido penetra la ideología
nacional-reformista y, en los últimos años de la guerra, las tendencias
browderistas; estos errores estuvieron en la base de algunas posiciones
equivocadas en el movimiento obrero que perjudicaron la unidad del
proletariado.
Por otro lado: la vida del Partido empieza a deformarse al compás de la
sustanciación del "culto a la personalidad". El Partido entra en un
período de luchas internas en torno a discrepancias a menudo parciales
que eran transformadas, sin embargo, en diferencias irreconciliables que
llevaban a crisis internas y a la expulsión de muchos viejos
militantes, injustamente motejados de enemigos del comunismo.
En el cuadro de éxitos de masas y de avances reales del Partido en
todos los órdenes, estos errores se manifestaban menos crudamente, pero
esas desviaciones ideológicas y la deformación contraria al centralismo
democrático de la vida interna que afloran en este período, crean las
premisas para los principales errores del tercer período de su historia,
que conducen a la crisis del Partido en julio de 1955.
El tercer periodo abarca los diez primeros años de la
posguerra. En este período el Partido salía a una nueva situación. El
imperialismo, particularmente el imperialismo yanqui, se lanzaba de
lleno a la preparación de la guerra antisoviética, encendía la histeria
anticomunista y el maccarthysmo, concentraba el fuego para aislar al
Partido y quebrar la unidad obrera. La ofensiva del enemigo fue muy dura
y hasta 1950-51 se caracterizó por el intento de pasar a formas
fascistas de ataque al Partido.
En ese período, el Partido procuró denunciar al imperialismo y a sus
agentes, promover la lucha por la paz, defender las reivindicaciones de
los trabajadores, desbaratar las provocaciones antisoviéticas. Si la
organización sindical se mantuvo en pie, si la represión no se abrió
paso, si el Partido no fue ilegalizado, ello se debió fundamentalmente a
la lucha abnegada realizada por nuestros militantes. Sin embargo, el
Partido podía haber conservado en mayor grado sus fuerzas, defendido
mejor la unidad obrera y organizado con mucha mayor amplitud las
acciones de masas contra el imperialismo y por la paz, si su acción no
hubiera estado trabada por los errores del pasado, que se agravaban con
el transcurso del tiempo.
Los problemas ideológicos no superados, mantuvieron al Partido
oscilando entre el oportunismo de los planteos seguidistas y el
sectarismo de querer resolver con resoluciones trasplantadas al
movimiento obrero las cuestiones que correspondían a la labor
partidaria; se violaban así groseramente las normas leninistas acerca
de las relaciones del Partido con las masas. Cuando la ofensiva del
enemigo arreciaba, se encerró al Partido en discusiones estériles,
llevadas a cabo con métodos de "lucha excesiva", que desembocaban
inevitablemente en nuevas crisis y desgajamientos de militantes; se
golpeó y retaceó los medios de propaganda naturales y fundamentales del
Partido. La vida interna se desarrollaba en medio de violaciones a los
principios del centralismo democrático y de la disciplina partidaria,
igual para todos; se ahogó la crítica y la autocrítica, se anuló el
principio de la dirección colectiva en aras del "culto a la
personalidad", se siguió una política de cuadros aventurera, de
persecución a los viejos cuadros experimentados y de promoción sin
principios de gentes inexperimentadas a puestos decisivos.
Se desmoralizaba así al Partido, se torturaba su organización, se
separaba al Partido de las masas y se sustituía por una concepción
"blanquista" su papel de vanguardia. El Partido fue llevado de ese modo a
la crisis de julio de 1955, en la cual, apenas abierta la discusión
sobre los problemas de principios, Eugenio Gómez, entonces su
secretario general, abandona el Partido, lo ataca desde la prensa
burguesa y pasa a desplegar el más grosero antisovietismo y
anticomunismo. En la traición de Gómez quiebra el menosprecio ideológico
por el marxismo-leninismo, sustituido por concepciones
nacional-reformistas; quiebra la mentalidad de colocarse por encima del
Partido y de sus organizaciones, la separación del Partido y de las
masas; quiebran la rutina y el conservadurismo unidos al desprecio a los
cuadros y a los afiliados del Partido. Quiebra, en fin, la suficiencia
nacionalista y el desprecio por la experiencia internacional del
proletariado y ante todo por la experiencia del Partido Comunista de la
Unión Soviética.
El cuarto período se inicia en el XVI Congreso de nuestro
Partido (septiembre de 1955) y comprende las aportaciones fundamentales
del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética.
El XVI Congreso constituye un importante viraje en el largo proceso de
la formación ideológica, política y organizativa del Partido Comunista
del Uruguay.
En sus 37 años de vida, el Partido ha procurado llevar a la práctica
las ideas del marxismo-leninismo. Posee una trayectoria
internacionalista expresada en la adhesión a la Internacional
Comunista, en la defensa permanente de la causa del socialismo y de la
Unión Soviética, en la ayuda a España y en la solidaridad con todos los
perseguidos por el fascismo; en la brega constante en favor de la paz
mundial. Sus militantes, entregados a la causa de los derechos e
intereses de la clase obrera, demostraron siempre un gran espíritu de
sacrificio; a su esfuerzo se debe a la existencia de la organización
obrera en el país. Luchador por la independencia y la soberanía
nacional, nuestro Partido posee un rico historial de lucha contra la
reacción, el fascismo y el imperialismo. Ha dado pruebas de su capacidad
para unir a las masas frente a la reacción y de su preocupación
permanente por educarlas en las ideas de la democracia, de la liberación
nacional y del socialismo.
El Partido se enorgullece de que en sus filas militan destacados y
queridos dirigentes de la clase obrera y del pueblo, así como muchas de
las más destacadas figuras de la cultura nacional.
El XVI Congreso se esforzó por recoger este legado de experiencias del
Partido, tanto en sus aspectos ideológicos y teórico-políticos, como en
cuanto a los métodos de relación con las masas y con sus organizaciones.
Inspirándose en los principios del marxismo-leninismo y en la múltiple
práctica del movimiento obrero internacional, el XVI Congreso procuró
sistematizar nuestra propia experiencia, donde los aciertos y los
errores se mezclaban en forma abigarrada, con vistas a educar al Partido
y a elaborar, en lo posible, una orientación unitaria correcta para
todos los campos de nuestra actividad. El XVI Congreso tuvo, en este
sentido, el gran mérito de unir, en lo esencial, al Partido sobre una
base de principios, de preservar su unidad entonces gravemente amenazada
y de elevar su capacidad combativa y realizadora. Supo a la vez,
encarar una profunda revisión ideológica, evitar el peligro de una
estéril discusión disgregadora puramente interna, rechazar con energía
toda tendencia al vilipendio indiscriminado del pasado del Partido y, lo
que es fundamental, supo conducir a éste por los caminos de la lucha de
masas. El XVI Congreso advirtió que no se debía detener la lucha al
frente de las masas a pretexto de la imprescindible revisión ideológica
que el Partido emprendía y que no se debía detener el estudio crítico y
autocrítico de la actividad pasada, general, del Partido, a pretexto de
las impostergables tareas a realizar. El esfuerzo por situar la labor
del Partido dentro de este armónico encaramiento de discusión y lucha,
esfuerzo no siempre triunfador, constituye un mérito no despreciable del
XVI Congreso de nuestro Partido.
El XVI Congreso previno que sería "una ilusión perniciosa creer" que
las cuestiones encaradas quedarían resueltas automáticamente en los días
subsiguientes a sus deliberaciones. Consciente de estar ante una tarea
difícil y prolongada, el Partido emprendió la labor compleja de
revisión ideológica, de reelaboración de la estrategia y la táctica, de
replanteamiento del sistema de relaciones con las masas, y en
particular, de estudio de los métodos adecuados de actuación, de
restauración de las normas del centralismo democrático y de formación de
una dirección colectiva. El XVI Congreso se esforzó por ofrecer
respuestas claras a múltiples cuestiones ideológicas, políticas y de
organización planteadas agudamente por la vida. Ellas pueden
sintetizarse en cinco direcciones principales:
1) El Congreso definió claramente el carácter agrario-antiimperialista
de la etapa revolucionaria de nuestro país, precisó cuáles son los
enemigos fundamentales de la nación, el imperialismo, los
terratenientes semifeudales y la gran burguesía antinacional. Los
cambios de estructura que la situación del país reclama sólo podrán
realizarse a través de la toma del poder por un conjunto de fuerzas
populares agrupadas en un Frente Democrático de Liberación Nacional. La
clase obrera está llamada a ser la fuerza dirigente de este Frente.
Para conquistar esa posición rectora la clase obrera debe forjar una
estrecha alianza con los campesinos, alianza que constituye la base del
Frente de Liberación Nacional, en torno a la cual se agruparán el
conjunto de las masas populares, los estudiantes y la intelectualidad
patriótica y otras capas de la pequeño-burguesía urbana; la fuerza de
este movimiento será capaz de condicionar la participación en esta
alianza de la burguesía nacional. Tal concepción estratégica asestaba un
golpe demoledor a las concepciones nacional-reformistas anteriores,
que sustituían en la práctica la alianza obrero-campesina por la
coalición de la clase obrera con la burguesía nacional. Al mismo tiempo,
el Congreso refirmó una clara posición internacionalista proletaria,
denunciando la infiltración del nacionalismo burgués en las filas del
Partido y destacando que la revolución de liberación nacional era parte
integrante de la revolución socialista mundial.
2) El Congreso estableció las bases de la táctica política del Partido,
posteriormente elaboradas con más profundidad por diversos documentos,
que definen la necesidad de un cambio en la vida del país expresado en
una política exterior independiente, en la defensa y ampliación de las
libertades democráticas, en la defensa de la economía nacional frente a
los monopolios imperialistas y en la satisfacción de las
reivindicaciones inmediatas de las masas. En torno a esta plataforma es
posible desarrollar el Frente Único de combate del proletariado, los
campesinos, los empleados, los jubilados, los estudiantes e
intelectuales, los pequeños y medios industriales y comerciantes, aislar
a los agentes más descarados del imperialismo norteamericano y lograr
un desplazamiento de la correlación de las fuerzas políticas favorable a
la paz, la independencia nacional, la democracia y el progreso del
país.
3) El Congreso sometió a una profunda revisión las relaciones del
Partido con las masas, basándolas en una clara comprensión del papel y
significado del Partido como vanguardia del proletariado y el pueblo,
como su fuerza dirigente y, al mismo tiempo, como el instrumento creado
por las masas para su auto-liberación. Esta revisión supuso el examen de
varios métodos de trabajo en las organizaciones de masas. Por una parte
significó multiplicar el trabajo de los comunistas en el movimiento de
masas, esclareciendo hasta el fin el estilo de esta labor y rechazando
las concepciones "izquierdistas" que lo entorpecían; eran menester
métodos de trabajo y concepciones de la organización obrera y popular,
que tuvieran en cuenta cuidadosamente "el estado de las fuerzas, tanto
del proletariado y el pueblo como de sus enemigos, el grado de
organización y de conciencia de las masas, las tradiciones que pesan
sobre ellas, las diversas formas de movimiento a desarrollar". Por otra
parte, significaba multiplicar los medios para estrechar los vínculos
inmediatos del Partido con las masas y para que éste apareciera ante
ellas con su verdadera fisonomía. Para ayudar a este viraje en la
actividad del Partido, éste dedicó atención primordial a la edición de
un diario capaz de llegar a las capas obreras y populares, y a la
edición de un grupo de amplios periódicos partidarios para las grandes
fábricas y centros obreros.
4) El Congreso revisó las normas organizativas y los métodos de la vida
interna, basándolos en la aplicación consecuente de los principios
leninistas del centralismo democrático. Se impulsó un amplio desarrollo
de la democracia interna, de la crítica y la autocrítica, de un real
intercambio de opiniones en el seno de los organismos; se iniciaron
esfuerzos tendientes a vencer el atraso ideológico de la dirección y de
todo el partido. Al mismo tiempo, el Congreso puso el acento en la lucha
contra todo germen de agrupamiento fraccional en la defensa de la
unidad del Partido y de su disciplina.
5) El Congreso encaró la tarea fundamental de la formación de la
dirección del Partido; tuvo en cuenta para ello una acertada combinación
de viejos y nuevos militantes, con un peso importante de cuadros
obreros vinculados directamente a los centros fundamentales del
proletariado. Puso el acento en el trabajo colectivo de la dirección, en
la lucha contra toda posibilidad de "culto a la personalidad", buscando
forjar una dirección modesta y laboriosa, vinculada a la base del
Partido y a las masas; una dirección asentada en una labor ideológica
común y en el estímulo a la independencia de los cuadros.
Tales son, en síntesis apretada, los principales aportes del XVI
Congreso, que contribuyeron no poco a que la actividad del Partido se
convirtiera en uno de los factores importantes para el desarrollo
impetuoso de las luchas de masas y para el progreso de la unidad obrera y
popular que se observaron en los dos años transcurridos desde entonces.
[1]
Fragmento del artículo de Rodney Arismendi “EL Partido Comunista de
Uruguay ante el XL aniversario de la Revolución de Octubre”. Revista
Estudios Nº 7 - Noviembre de 1957.