Que levanten otro Muro de Berlín

 
Un día como hoy, hace 23 años, caía el 
Muro de Berlín. Dos años más  tarde, en 1991, se decretaría la 
disolución definitiva de la Unión  Soviética, derrumbándose con ella el 
resto del campo socialista. 
Las consecuencias de estos dos sucesos fueron absolutamente terribles
  para los trabajadores y los pueblos oprimidos de todo el mundo. En los
  países dónde fue restaurado triunfante el poder de los monopolios, 
casi  todas las empresas públicas fueron privatizadas. Allá dónde antes 
había  gigantescos complejos industriales que se asemejaban más a 
pueblos que a  fábricas -con sus centros de salud, sus escuelas y 
guarderías, sus  centros de estudio para los obreros-, quedaron sólo 
desolados solares o  fábricas en las que se despidió a la mayor parte de
 la plantilla.
El enorme ejército de parados que se generó, permitió a la burguesía 
 ofrecer condiciones laborales y salariales paupérrimas a los  
trabajadores, gracias a la gran demanda de puestos de trabajo. La  
sanidad pública se deterioró a pasos agigantados, y por ello  
reaparecieron enfermedades ya erradicadas como la tuberculosis; salieron
  a la palestra también enfermedades casi desconocidas, como el SIDA, y 
 se expandió como una plaga la drogadicción.
Allá dónde antes  había una escuela colectivista y una universidad 
gratuita y para todos,  los estudiantes se encontraron escuelas 
decrépitas, con pocos profesores  y sin material escolar -antaño 
subvencionado por el gobierno-; eso sin  contar la privatización y 
degradación de la universidad pública, que  dejó de ser gratuita y 
alcanzó precios prohibitivos.
La mujer,  que en la época socialista había contado con las mismas 
condiciones  laborales que el hombre, y se había liberado de la 
esclavitud doméstica  gracias a la socialización de las tareas del 
hogar, volvió a conocer la  prostitución, la miseria, la violencia 
doméstica y el terrible destino  de estar condenada a una vida de 
servidumbre hacia el hombre. Son  terribles los casos de famosas 
científicas o deportistas de la URSS u  otros países socialistas que 
tras la contrarrevolución se vieron  obligadas a sumergirse en el 
lucrativo mercado del sexo. Eso por no  hablar de las decenas de miles 
de jóvenes que han sido secuestradas por  las mafias de la prostitución y
 trasladadas a los países de Europa  Occidental y Estados Unidos como si
 de ganado se tratase.
El  gigantesco potencial industrial y militar, así como la gran  
productividad del campo de los países socialistas desapareció para  
siempre. El PIB se contrajo durante años y años en números que muchas  
veces superaban las dos cifras. Los países del bloque socialista jamás  
volvieron a brillar ni en deportes, ni en cultura; el descubrimiento del
  espacio cayó en un bache del que tardó en salir; numerosos avances  
médicos o tecnológicos desaparecieron para siempre. Los órganos de poder
  político de los trabajadores fueron sustituidos por el latigo y la  
burla de las elecciones cada cuatro años, que siempre ganan oligarcas o 
 títeres de la oligarquía. Reaparecieron el fascismo, el  
ultranacionalismo y centenares de miles de personas han perecido y  
siguen pereciendo hoy a causa de los conflictos étnicos y nacionales.
¿La caída del Muro de Berlín fue un suceso a celebrar? Que se lo  
pregunten a todos estos millones de trabajadores, campesinos,  
intelectuales, estudiantes; a las mujeres, a los jóvenes y a los pueblos
  oprimidos que retrocedieron un par de siglos el 9 de noviembre de 1989
 y  el 8 de diciembre de 1991.
La Mancha Obrera 
 
 
 
          
      
 
  
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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